Una de las salvaguardas que la controvertida doctrina de la “seguridad de la salvación” puede exhibir a su favor es que quienes son verdaderamente salvos, nunca utilizarán esta seguridad como cínico pretexto para tolerar, excusar o disculpar el pecado en sus propias vidas, como ciertamente lo han hecho grupos sectarios y heréticos que suscriben la herejía antinomianista por la que declaran que la ley ya no tiene ninguna vigencia en la vida cristiana y que, por el contrario, nuestros pecados supuestamente contribuirían a que la gracia de Dios sobreabunde, sacando de contexto la afirmación paulina que afirma que: “allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20). El apóstol Juan denuncia y condena también, de manera incidental estas posturas y planteamientos al aclarar que: “Todo el que tiene esta esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3), es decir que a pesar de las ondulaciones y vacilaciones de la vida cristiana y del accidentado transitar por esta vida y las diferentes circunstancias más o menos favorables con las que el cristiano debe lidiar y los tropiezos y caídas que pueda experimentar a lo largo de su vida, ni en sus peores momentos utilizará la doctrina de la seguridad de la salvación como un argumento para bajarle el tono a sus pecados y trivializarlos o incluso justificarlos de algún modo, removiendo con descarada impunidad el peso de la culpa en su conciencia y la incomodidad que un cristiano experimenta ante su propio pecado, que lo lleva a confesarlo y desear dejarlo atrás y purificarse de él cuanto antes
Se purifica a sí mismo
“Quienes realmente han sido salvos nunca hacen de la seguridad de la salvación un pretexto para poder seguir pecando impunemente”
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