Si bien es cierto que el conocimiento ocupa en el cristianismo un papel subordinado a la fe, de modo que la salvación no se obtiene mediante el conocimiento; también lo es que la fe o la confianza que en el evangelio estamos llamados a depositar en Dios en la persona de Cristo para ser salvos, requiere un conocimiento básico acerca de Cristo y del evangelio en el que podamos creer y colocar nuestra confianza. El conocimiento básico de que Cristo es Dios mismo asumiendo nuestras culpas y pagando por ellas con su muerte en la cruz de tal modo que, en virtud de habernos sustituido al sufrir el castigo que nosotros merecíamos, puede perdonar a todo el que se acerca arrepentido a Él y pone su confianza en lo hecho por Él a nuestro favor. Esta información y nuestra confianza en ella es la puerta de entrada a un constante y creciente flujo de conocimiento más profundo de Dios procedente de la Biblia y de nuestra vivencia de fe que la ilustra y reafirma cada vez más. Vivencia de fe en la que se combinan y entrelazan, pues, de manera inseparable los sentimientos, experiencias y afectos con los argumentos, las razones y el conocimiento, reforzándose mutuamente. Pero una vez salvos por medio de la fe, lo que aprendemos y sabemos es más importante que lo que sentimos, pues no tenemos control sobre lo que sentimos, pero sí sobre lo que decidimos aprender y saber, conocimiento que fomenta a su vez los sentimientos constructivos y provechosos en nuestra vida, en ese orden: “En esto sabremos que somos de la verdad, y nos sentiremos seguros delante de él” (1 Juan 3:19)
Sabremos y nos sentiremos
“La fe no depende de lo que sentimos sino de lo que sabemos. Por eso para poder sentir hay primero que saber y no lo contrario”
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