El punto de inflexión que marcó la curva descendente del rey Salomón fue su matrimonio con la hija del faraón por motivos políticos para consolidar alianzas con los reyes de las naciones paganas circundantes, momento registrado de este modo por el cronista: “A la hija del faraón, Salomón la trasladó de la Ciudad de David al palacio que le había construido, pues dijo: «Mi esposa no debe vivir en el palacio de David, rey de Israel, porque los lugares donde ha estado el arca del Señor son sagrados»” (2 Crónicas 8:11). A partir de este momento, las alianzas de este tipo y las uniones de Salomón con una creciente y muy numerosa cantidad de esposas y concubinas procedentes de los pueblos paganos lo fueron llevando, paso a paso, y de manera casi imperceptible e inadvertida, cuesta abajo en su compromiso y lealtades para con Dios. Todo lo cual nos recuerda las maquinaciones del diablo en contra de los creyentes, tal como C. S. Lewis da cuenta de ellas en su libro Cartas del diablo a su sobrino cuando los demonios hablan de las oportunidades que una larga vida representa para alejar paulatinamente a alguien de Dios: “sólo con que se le pueda mantener vivo tendrás al tiempo mismo como aliado tuyo. Los largos, aburridos y monótonos años de prosperidad en la edad madura o de adversidad en la misma edad son un excelente tiempo de combate. Es tan difícil para estas criaturas el ‘perseverar’”. Porque, como continúa diciendo: “El camino más seguro hacia el Infierno es el gradual: la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones”
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