En el tratamiento emprendido alrededor del rey Salomón, tanto en su ascenso como en su descenso, hay que llamar la atención a los peligros que el éxito, la prosperidad material y el reconocimiento y el prestigio en el mundo entrañan para nuestra vida espiritual, como puede haber sido su caso, de quien se dice que: “Tanto en riquezas como en sabiduría, el rey Salomón sobrepasó a los demás reyes de la tierra. Todos ellos procuraban visitarlo para oír la sabiduría que Dios le había dado. Además, año tras año le llevaban regalos: artículos de plata y de oro, vestidos, armas, perfumes, caballos y mulas” (2 Crónicas 9:22-24). Porque, ante la decadencia experimentada por Salomón en cuanto a su lealtad a Dios durante el ocaso de su vida, cabe preguntarse si no fue víctima del relajamiento y acomodación que C. S. Lewis señala al registrar las siguientes ideas suscritas por los demonios en su libro Cartas del diablo a su sobrino: “La prosperidad une a un hombre al mundo. Siente que está «encontrando su lugar en él» cuando en realidad el mundo está encontrando su lugar en él. Su creciente prestigio, su cada vez más amplio círculo de conocidos, la creciente presión de un trabajo absorbente y agradable construyen en su interior una sensación de estar realmente a gusto en la Tierra, que es precisamente lo que nos conviene”. En efecto, la prosperidad puede engañarnos y hacer que olvidemos que estamos en este mundo en calidad de peregrinos y extranjeros, y que esta vida es un periodo de prueba y nada más en el que el final será siempre más importante que el comienzo
Lo que queda es el final
“Debemos tener cuidado en no relajarnos al alcanzar el éxito, pues lo que queda siempre en la retina es el final de la historia y no su comienzo”
Deja tu comentario