Volviendo con el ya varias veces aludido “sacerdocio universal de los creyentes” revelado en el Nuevo Testamento y rescatado por los reformadores protestantes en contra de la iglesia de Roma, sacerdocio que habilita y faculta a todos los creyentes, ministros y laicos por igual, para acudir directamente a Dios sin más mediación que la de Jesucristo, nuestro sumo sacerdote, a nuestro favor; Jorge Howard expresó así uno de los resultados más favorables de esta doctrina en los países que acogieron masivamente la Reforma: “Los laicos son el orgullo del protestantismo”. Porque es sabido que en el catolicismo el laico tiene en la práctica un estatus inferior al del sacerdote católico y es en cierto sentido dependiente de él, siendo como es este último el mediador de los hombres ante Dios. Mientras que en el protestantismo el sacerdocio universal de los creyentes potenció a los laicos para sentirse con los mismos privilegios y responsabilidades en cuanto al llamado y la vocación de vida que recae sobre los ministros y el clero ordenado en general y esto hizo que en estos países los laicos vieran sus actividades cotidianas en sus oficios y profesiones como un servicio a Dios que debía llevarse a cabo con toda la ética, la mística y la excelencia del caso, llevando a los países protestantes a un desarrollo ostensiblemente superior al de los católicos que hoy por hoy está a la vista. El apóstol Juan es, pues, concluyente de manera inequívoca y final al respecto al declarar: “al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén” (Apocalipsis 1:6)
Sacerdotes al servicio de Dios
“Gracias a que en Cristo todos somos sacerdotes, los laicos son tan útiles en la iglesia como lo son los pastores o ministros”
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