La fe y el perdón de Dios sobre el creyente sensibiliza de tal modo su conciencia que, a pesar de que su conducta suele experimentar normalmente un cambio que contrasta de un modo notorio con su pasada manera de vivir en lo que al pecado se refiere, al mismo tiempo adquiere conciencia de que, a pesar de todo lo que haya logrado recorrer para ser una mejor persona, lo que aún le falta es mucho más de lo que en un principio pensaba. C. S. Lewis lo expresaba diciendo que nadie sabe lo malo que es hasta que intenta seriamente ser bueno. Esto trae como resultado que, aun estando redimidos y tal vez justo por esta causa, siempre nos encontremos en déficit en lo que tiene que ver con el veredicto de nuestra conciencia cada vez más sensible y que va siempre adelante de nuestros mejores esfuerzos, por lo que el perdón que se alcanza en el evangelio en lo que respecta a nuestra salvación y nuestro destino eterno, puede verse empañado en el día a día de la vida cristiana por unos escrúpulos excesivos y hasta obsesivos por parte de los cristianos que persiguen una perfección imposible de alcanzar en este tiempo, con una actitud en la que el temor compulsivo del juicio se vuelve más fuerte que la confianza en el perdón, cuando lo cierto es que, a los cristianos que se esfuerzan por comportarse de manera agradable a Dios, como lo dijo Alfonso Ropero: “el sentido del pecado no les abate, sino, por el contrario, les fortalece con el sentimiento de la gracia inmerecida” , puesto que en estos casos: “… aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo” (1 Juan 3:20)
Dios es más grande que nuestro corazón
“Es una suerte que el veredicto de Dios al perdonarnos sea superior al veredicto condenatorio y veraz de nuestro propio corazón”
Deja tu comentario