La tentación es una realidad con la que los creyentes deben aprender a convivir de un modo u otro. En especial, porque como lo decía el escritor Charles Templeton: “Sólo quienes tienen vocación de pureza conocen hasta qué punto son pecaminosos. Sólo el santo es consciente de su indignidad… No es de extrañar que los santos parezcan obsesionados por la gracia de Dios; conocen la magnitud de su pecado y el milagro del perdón”. Así, pues, la vocación renovada del creyente convertido a Cristo hace que adquiera mayor conciencia de las tentaciones que lo acechan en los diferentes aspectos de la vida y de sus propias debilidades al respecto dejado a su suerte. Pero las buenas noticias en este sentido son que el creyente no se encuentra dejado a su suerte en relación con la tentación, pues como lo dice de Cristo el autor sagrado: “Por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18), corroborado luego de este modo: “Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado” (Hebreos 4:15). No en vano el “Padre nuestro”, la oración modelo que Cristo nos dejó, contiene una cláusula que dice: “Y no nos dejes caer en tentación…” (Mateo 6:13), petición que Dios no nos hubiera animado a hacer, si no estuviera dispuesto a responderla favorablemente, puesto que a la postre: “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Pedro 2:9 RVR1960)
Sabe Dios librarnos de tentación
“El mundo piensa que la única manera de librarse de la tentación es cediendo a ella, pero Cristo nos dice que puede ser resistida”
Deja tu comentario