Nicolás Gómez Dávila afirmaba que: “Si creemos en Dios no debemos decir: Creo en Dios, sino: Dios cree en mí”. Expresión acertada si recordamos que la fe concierne no solo a aquella confianza absoluta que el creyente deposita en Dios en el acto de la conversión y la vivencia cristiana posterior, sino también la que Dios deposita en el creyente. Dios otorga, entonces, a sus hijos un voto de confianza inestimable que se antoja verdaderamente asombroso al considerar nuestra muy imperfecta y voluble condición humana. Pero, de hecho, ser cristiano es también ser confiable ante Dios y ser confiable es, a su vez, ser fiel a Quien nos brinda su confianza. Conscientes de esto debemos evitar incurrir en algunas distorsiones o traiciones muy comunes a esta confianza que Dios deposita en nosotros, sus hijos, tales como el abuso de confianza al que hace así referencia el apóstol: “¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? ¡de ninguna manera!…” (Romanos 6:1). O también el poner a prueba a Dios, conforme a la advertencia en la ley y en los evangelios, reiterada así en las epístolas: “Tampoco pongamos a prueba al Señor, como lo hicieron algunos y murieron víctimas de las serpientes…” (1 Corintios 10:9). Y por último, ver el cumplimiento de nuestras responsabilidades como pesadas cargas o imposiciones, y no como privilegios para contribuir al avance de la causa de Dios, siendo así fieles a Quien nos llamó, como lo fueron Moisés y el propio Señor Jesucristo, Quien: “… fue fiel al que lo nombró, como lo fue también Moisés en toda la casa de Dios” (Hebreos 3:2)
Dios cree en mí
“Hay que confiar primero en Cristo para llegar luego a ser tan confiables para Él que correspondamos su fidelidad con la nuestra”
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