La rodilla es una articulación fundamental para la estabilidad y la movilidad del cuerpo humano. En ella convergen un complejo y perfectamente sincronizado conjunto de huesos, músculos, nervios, ligamentos, tendones y cartílagos que hacen que, en el campo del deporte de alto rendimiento, las lesiones de las rodillas sean de las más temidas por la facilidad con que se pueden complicar y dificultar su tratamiento exitoso y el potencial que tienen, por tanto, para inhibir la competencia al más alto nivel. En este orden de ideas, la firmeza y fortaleza de la rodilla es fundamental para responder, sostener y desplazar el cuerpo con facilidad y de manera rápida en cualquier dirección que se requiera. Por eso, para mantenerse en pie, tener unas rodillas firmes es fundamental, al punto que es común que la debilidad del cuerpo se refleje en las rodillas y que el temblor de las rodillas sea un síntoma y una expresión común para dar a entender un intenso temor debilitante y paralizante que amenace con dar con nuestros cuerpos en el piso. Pero desde la óptica divina, las rodillas más fuertes no son las que se mantienen firmes sosteniendo el cuerpo sin doblarse, sino las que se doblan regular y frecuentemente en oración a Dios. Este ejercicio regular, ya sea que involucre arrodillarse o no de manera literal, evoca esa fundamental y recomendable actitud de quien se rinde de corazón a Dios en adoración, súplica y total dependencia y obediencia a Él, como nos invita el autor sagrado a hacerlo con estas palabras: “Por tanto, renueven las fuerzas de sus manos cansadas y de sus rodillas debilitadas” (Hebreos 12:12)
Renueven las fuerzas de sus rodillas
“Las rodillas fuertes no son las que se mantienen firmes sosteniéndote en pie, sino las que se doblan para postrarse ante Dios”
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