Partiendo del hecho ya establecido en el Eclesiastés en el sentido de que la historia, más que lineal, es pendular y cíclica, pues aunque avanza en el tiempo hacia adelante, a lo largo de ella se repiten y suceden una tras otra las mismas tendencias que ya se han manifestado muchas veces en el pasado, de modo que, en sentido estricto, no hay nada nuevo bajo el sol; lo cierto es que estas tendencias tampoco significan que la historia se repite o tenga que repetirse siempre exactamente igual, de manera trágica y fatalista, sin que podamos hacer nada para mejorarla o modificarla significativamente. De hecho, el prefijo “re” en la Biblia implica nuevos y esperanzadores comienzos en la vida de los creyentes que nos conceden ventaja para no repetir la historia de generaciones pasadas o nuestra misma historia personal cometiendo los mismos dolorosos errores, pecados o salidas en falso de nuestro pasado, sino corrigiéndolos y dejándolos atrás, de modo que la conversión a Cristo nos faculta para sacar el mejor provecho a las tendencias que nos han tocado en suerte en las circunstancias y coyunturas en que providencialmente nos encontramos. La regeneración marca, pues, un cambio drástico y diametralmente diferente en la dirección que traíamos y la renovación, a su vez, nos impulsa y capacita para llevar a cabo una revisión y ajuste diario para mantener el nuevo rumbo, avanzando sin desviarnos de él, puesto que: “él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo” (Tito 3:5)
Regeneración y renovación
“Aunque la historia se repita no tiene que suceder igual pues la regeneración y la renovación nos dan la ventaja cuando se repite”
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