La apelación a la adivinación, la magia y el ocultismo para tratar de manipular los poderes espirituales y la adoración de ídolos con la que la magia se hallaba frecuentemente asociada, eran ambos pecados percibidos en Israel como los más graves y ofensivos que podían llegar a cometerse contra Dios. Por eso la gravedad de los demás pecados se solía medir o establecer tomando como referente estos dos pecados como el punto culminante que marcaba el colmo insuperable de la desobediencia a Dios. Sin embargo, para señalar también el desagrado y la desaprobación que todo tipo de pecado o desobediencia reviste ante Dios al margen de su mayor o menor gravedad comparativa, el profeta Samuel respondió con estas palabras sentenciosas y concluyentes al desobediente Saúl que insistía necia y engañosamente haber cumplido las órdenes recibidas, señalando de paso el carácter insobornable de Dios: “─¡Yo sí he obedecido al Señor! ─insistió Saúl─. He cumplido la misión que él me encomendó. Traje prisionero a Agag, rey de Amalec, pero destruí a los amalecitas. Y del botín, los soldados tomaron ovejas y vacas con el propósito de ofrecerlas en Guilgal al Señor tu Dios. Samuel respondió: «¿Qué le agrada más al Señor: que se le ofrezcan holocaustos y sacrificios, o que se obedezca lo que él dice? El obedecer vale más que el sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa de carneros. La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría. Y como tú has rechazado la palabra del Señor, él te ha rechazado como rey.»” (1 Samuel 15:20-23)
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