La teología es la disciplina que se encarga del estudio de Dios y es, por lo tanto, de algún modo necesaria para quien desea enfocar su atención y sus intereses en Dios y, sobre todo, hacer lo que Dios aprueba, como sucede, de hecho, con los cristianos. En realidad, como alguien lo dijera, todos somos teólogos, en la medida en que todos tenemos una idea de Dios, ya sea para afirmarla, o incluso para negarla, como en el caso de los ateos. Así, las opciones en último término no son, pues, ser teólogos o no serlo, sino ser buenos teólogos, si nos esforzamos por tener ideas acertadas y veraces sobre Dios, o malos teólogos, si tenemos ideas equivocadas sobre Él. Sin embargo, la teología, al tener que ver con la adquisición de conocimiento, también involucra el peligro de terminar envaneciéndose con él, como lo advierte Pablo, al punto que, como lo dijo el justamente teólogo Hans Küng: “Teología y ateísmo están muy cerca una de otro. Y si hay ateos que se han vuelto teólogos, también hay teólogos que se han vuelto ateos”. Hacer de Dios un objeto de estudio puede hacernos perder de vista que Él es, antes, que nada, un Sujeto con Quien estamos llamados a relacionarnos subordinándonos a Él con humildad, gratitud y reverencia, por lo que la finalidad principal de la teología bien entendida debería ser conducirnos a una adoración más madura e ilustrada, llevada a cabo con conocimiento de causa, pues: “¿Quién no te temerá, oh Señor? ¿Quién no glorificará tu nombre? Sólo tú eres santo. Todas las naciones vendrán y te adorarán, porque han salido a la luz las obras de tu justicia.»” (Apocalipsis 15:4)
¿Quien no glorificará Tu Nombre?
“Dios no puede ser el foco de nuestra vida sin serlo también de nuestra teología, pero teología sin adoración tampoco logra más”
Deja tu comentario