Uno de los pasajes desconcertantes del Antiguo Testamento es el que recoge el voto de Jefté, uno de los jueces de Israel, en estos términos: “Y Jefté hizo una promesa solemne al Señor: «Si verdaderamente entregas a los amonitas en mis manos, quien salga primero de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva de haber vencido a los amonitas, será del Señor y lo ofreceré en holocausto»” (Jueces 11:30-31). Y lo que podemos decir de entrada es que, por bien intencionado que haya sido y al margen de su significado exacto, éste fue un voto insensato, irreflexivo y apresurado, pronunciado bajo el impulso de un excesivo celo o de la euforia y el calor del momento, como sale a relucir en la reacción de Jefté de los versículos 34 al 35 cuando es justamente su hija la que sale a recibirlo: “Cuando Jefté volvió a su hogar en Mizpa, salió a recibirlo su hija, bailando al son de las panderetas. Ella era hija única, pues Jefté no tenía otros hijos. Cuando Jefté la vio, se rasgó las vestiduras y exclamó: ꟷ¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo! ¡Eres la causa de mi desgracia! Le juré algo al Señor, y no puedo retractarme”. Los intérpretes vacilan en cuanto a si la promesa se trataba de un holocausto con la muerte de la víctima o en consagrarla de por vida al servicio de Dios o, más probablemente, una combinación de ambos. Sea como fuere, el caso de Jefté nos obliga a considerar la recomendación de Salomón: “Cuando hagas un voto a Dios, no tardes en cumplirlo, porque a Dios no le agradan los necios. Cumple tus votos: Vale más no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos” (Eclesiastés 5:4-5)
Promesas irreflexivas
“Las promesas impulsivas, apresuradas e irreflexivas pueden terminar por colocarnos en posiciones comprometidas que hubiéramos preferido evitar”
Deja tu comentario