La tribu de Efraín que ya había dado muestras, con sus reclamos a Gedeón, de sus censurables actitudes celosas y envidiosas hacia las gestas exitosas y victoriosas del resto de tribus cuando no era convocada a la batalla, o cuando no lograba acudir a tiempo a la convocatoria para reforzar al ejército israelita en el combate; llevó esta actitud a nuevos niveles de agresividad cuando le hizo este mismo tipo de reclamos a Jefté por no haberlos incorporado a su vez al ejército en su providencial victoria sobre sus enemigos comunes, los amonitas, incluyendo en su reclamo amenazas inaceptables de elevado calibre: “Los hombres de Efraín se alistaron, cruzaron el río hacia Zafón y dijeron a Jefté: ꟷ¿Por qué fuiste a luchar contra los amonitas sin llamarnos para ir contigo? ¡Ahora prenderemos fuego a tu casa, contigo adentro!” (Jueces 12:1). Jefté, ya no tan tolerante y conciliador como Gedeón, si bien les brindó una explicación satisfactoria: “Jefté respondió: ꟷMi pueblo y yo estábamos librando una gran contienda con los amonitas, aunque yo los llamé, ustedes no me libraron de su poder. Cuando vi que ustedes no me ayudarían, arriesgué mi vida, marché contra los amonitas y el Señor los entregó en mis manos. ¿Por qué, pues, han subido hoy a luchar contra mí?” (Jueces 12:2-3), ante amenazas de ese calibre tomó medidas para defenderse contra ellos y sus declaradas intenciones, incurriendo entonces en una de las lamentables guerras civiles entre tribus que la Biblia registra durante el caótico periodo de los jueces, mostrando así que los celos y las envidias pueden llegar a generar verdaderas tragedias
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