Los filisteos, enemigos proverbiales del pueblo de Israel establecidos en lo que hoy se conoce como la disputada franja de Gaza habitada en la actualidad por el pueblo palestino, pueblo que, sin embargo, no guarda relación con los filisteos más allá de la similitud en el nombre; reconocieron la grandeza de Dios y su superioridad sobre sus dioses y, además de devolver a Israel el arca del pacto capturada en el campo de batalla en su enfrentamiento con el pueblo de Dios, consideraron que no debían hacerlo sin honrar como correspondía a Dios y compensar el agravio cometido contra Él apelando de paso a su misericordia para que suavizara el castigo desatado sobre ellos en la forma, según parece, de una peste bubónica, por su osadía de haber capturado el arca y pretender exhibirla de manera triunfal y desafiante en su territorio, procediendo de esta manera: “Así que hagan imágenes de los tumores y de las ratas que han devastado el país, y den honra al Dios de Israel. Tal vez suavice su castigo contra ustedes, sus dioses y su tierra. ¿Por qué se van a obstinar como lo hicieron los egipcios y el faraón? ¿No es cierto que Dios tuvo que hacerles daño para que dejaran ir a los israelitas?” (1 Samuel 6:5-6). La sensatez exhibida aquí por los filisteos al respecto contrasta, entonces, con la obstinación y el endurecimiento del faraón egipcio durante el éxodo que motivó el castigo sobre ellos por medio de las diez plagas y culminó con la destrucción de su ejército en las aguas del Mar rojo, episodio evocado, conocido y divulgado entre los pueblos de la época en el Medio oriente
¿Por qué se van a obstinar?
“Incluso pueblos paganos como los filisteos exhiben la sensatez de no pretender desafiar el poder de Dios en su contra sino honrarlo como corresponde”
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