Los filisteos son en el imaginario popular tal vez el más emblemático de los enemigos de Israel entre los diferentes pueblos establecidos en Canaán. Si bien ésta puede ser una apreciación inexacta, la razón de que así sea es que los filisteos están asociados a dos grandes y muy efectistas episodios salvadores de Dios en contra de este pueblo en particular: el llevado a cabo por Sansón al derribar dramáticamente el templo de Dagón lleno a tope de filisteos con todos sus dirigentes aplastándolos a todos, incluyendo al propio Sansón; y la derrota un par de siglos después del gigante Goliat a manos del adolescente David con similar espectacularidad. Más allá de estos momentos y el lapso comprendido entre ellos, lo cierto es que los filisteos sí fueron durante los reinados de Saúl y David el pueblo que vivía “midiéndole el aceite” a Israel luego del dominio ejercido sobre ellos durante el gobierno de Samuel como el último de los jueces y el primero de los profetas: “Durante toda la vida de Samuel, el Señor manifestó su poder sobre los filisteos. Estos fueron subyugados por los israelitas y no volvieron a invadir su territorio. Fue así como los israelitas recuperaron las ciudades que los filisteos habían capturado anteriormente, desde Ecrón hasta Gat, y libraron todo ese territorio del dominio de los filisteos. También hubo paz entre Israel y los amorreos” (1 Samuel 7:13-14), obligando a Israel ꟷa manera de ejemplo para la iglesiaꟷ, a mantenerse alerta y a no bajar la guardia para no permitir que los subyugados filisteos volvieran a fortalecerse y a prevalecer sobre ellos
Fueron subyugados por los israelitas
“El proverbial enfrentamiento entre filisteos e israelitas ilustra el estado de la fe del pueblo de Dios y los ciclos de altibajos que experimentaban”
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