Por el gozo soportó la cruz

El sacrificio nunca es tal si no incluye la firme aspiración a que el costo que implica valga al final la pena y se vea compensado de sobra con los beneficios posteriores alcanzados a su sombra. El sacrificio de Cristo es muy representativo de esta expectativa, pues el autor sagrado nos exhorta de esta manera: “Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebreos 12:2). Pero el gozo que le esperaba no tenía que ver únicamente con ocupar de nuevo el lugar gloriosamente exaltado que le había correspondido desde siempre a la diestra del Padre, ya no sólo por derecho propio en su condición divina, sino también por mérito en su condición humana. Porque este gozo tenía que ver antes que nada con los beneficios que la humanidad caída podría obtener de su sacrificio, y en particular los creyentes escogidos y efectivamente redimidos por Él mediante la fe en Él y en el poder del evangelio, como lo anunció el profeta: “Cuando vea todo lo que se logró mediante su angustia, quedará satisfecho…” (Isaías 53:11 NTV), debido a que: “El Señor quiso oprimirlo con el sufrimiento. Y puesto que él se entregó en sacrificio por el pecado, tendrá larga vida y llegará a ver a sus descendientes; por medio de él tendrán éxito los planes del Señor” (Isaías 53:10 DHH). Así, pues, sus descendientes somos nosotros, los creyentes redimidos y miembros cada uno en particular de Su iglesia, que formamos así parte del éxito de los planes de Dios mediante la cruz de Cristo