Uno de los malentendidos acerca del cristianismo consiste en confundir la vocación pacificadora del cristiano por la que todos los creyentes estamos llamados a mediar en los conflictos con una actitud conciliadora, buscando la reconciliación de las partes; con una vocación pacifista a ultranza que evite las confrontaciones a toda costa y en toda circunstancia. Si bien es cierto que las guerras de exterminio emprendidas por Israel en contra de los pueblos cananeos por instrucción divina no se pueden justificar más allá del momento histórico en el que tuvieron lugar: “»El Señor tu Dios te hará entrar en la tierra que vas a poseer, y expulsará de tu presencia a siete naciones más grandes y fuertes que tú, que son los hititas, los gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. Cuando el Señor tu Dios te las haya entregado y tú las hayas derrotado, deberás destruirlas por completo. No harás ningún pacto con ellas, ni les tendrás compasión. Tampoco te unirás en matrimonio con ninguna de esas naciones… porque ellas los apartarán del Señor y los harán servir a otros dioses. Entonces la ira del Señor se encenderá contra ti y te destruirá de inmediato…” (Deuteronomio 7:1-5), esto nos recuerda no obstante que la confrontación por causa de la verdad y la justicia será muchas veces ineludible para el cristiano, obligándolo a denunciar y enfrentar la mentira y la injusticia dondequiera que se presente, tanto en el discurso como en los hechos, haciendo a veces que la confrontación armada con todo y lo mala que pueda ser, sea sin embargo el mal menor.
Pacificadores o pacifistas
“En nombre de la convivencia pacífica no podemos evitar las batallas que, en conciencia, hay que pelear, por duras que puedan ser”
Gracias Pastor, a veces la guerra es necesaria. Deuteronomio 20 explica con detalles que aún la guerra requiere de sus leyes.