“Obras son amores y no buenas razones” reza la sabiduría popular. Pues bien, si esto es así, no puede dudarse del amor de Dios por su pueblo. Y es que el amor de Dios no es un amor meramente sentimental que se queda en expresiones y declaraciones verbales bonitas y, si se quiere, románticas, sino que se traduce siempre en acciones concretas justas y bondadosas a favor del bienestar de su pueblo. Si existe una diferencia que coloca al judeocristianismo en una categoría aparte en relación con todas las demás religiones de la historia y las deja expuestas como inferiores y falsas en último término, es que el Dios vivo y verdadero de la Biblia se revela en los hechos de la historia. Hechos verificables que pueden exponerse de una manera satisfactoriamente concluyente para toda persona desprejuiciada, a diferencia de las mitologías o especulaciones erráticas y sin fundamento en los hechos del resto de las religiones. Ya para la época de Moisés él pudo elaborar una lista de hechos en los que Dios había favorecido a su pueblo de forma evidente y significativa: “Allí Moisés le contó a su suegro todo lo que el Señor les había hecho al faraón y a los egipcios en favor de Israel, todas las dificultades con que se habían encontrado en el camino, y cómo el Señor los había salvado” (Éxodo 18:8). Y hoy la arqueología y la historia han confirmado un buen porcentaje de los hechos registrados en la Biblia como evidencia no sólo de la realidad de Dios, sino también de su amor por su pueblo, justificando la confianza que los creyentes hemos depositado en Él.
Obras son amores
“El amor de Dios por su pueblo elegido no se queda en intenciones o palabras, sino que se traduce en hechos concretos a su favor”
Todos los hechos de Dios se complacen en su buen nombre y fama. Por ello nunca nos dejará avergonzados. El cumple y se deleita en hacernos el bien aún sin que lo merezcamos.