En el inveterado intento de nuestros primeros padres en el jardín del Edén por cubrir la vergüenza de su desnudez ꟷsímbolo de la vergüenza por el pecadoꟷ, emprendido y continuado desde entonces por la humanidad hasta nuestros días; los “delantales de hojas de higuera” más frecuentes con los que se ha intentado hacerlo es la prosperidad material y la seguridad económica. La prosperidad y solvencia en estos aspectos es engañosa, pues lleva al mundo a olvidarse de Dios y dejarlo de lado en perjuicio propio, bajo la ilusoria creencia de que en realidad no lo necesitamos y podemos vivir sin Él, como de hecho lo viene haciendo cada vez más el llamado “primer mundo”, en otro tiempo cristiano, apoyado en su riqueza, prosperidad y manifiesto desarrollo económico y tecnológico, circunstancia a la que ni siquiera la iglesia ha escapado, pues la iglesia del primer mundo es en gran medida y con honrosas excepciones la rica iglesia de Laodicea en Asia Menor a la que Dios sigue apelando con estas sentenciosas palabras: “Dices: ‘Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada’; pero no te das cuenta de que el infeliz y miserable, el pobre, ciego y desnudo eres tú. Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego, para que te hagas rico; ropas blancas para que te vistas y cubras tu vergonzosa desnudez; y colirio para que te lo pongas en los ojos y recobres la vista” (Apocalipsis 3:17-18), consejo que la iglesia debería, pues, atender con prontitud, permitiendo que Cristo entre otra vez a Su iglesia y se convierta de nuevo en la fuente de nuestro verdadero deleite y comunión
Nuestra vergonzosa desnudez
“Aunque no lo parezca, estamos en realidad desnudos exponiendo sin vergüenza nuestras culpas hasta que nos volvamos a Cristo”
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