Saúl fue confrontado en tres diferentes oportunidades puntuales por el profeta Samuel debido a su desobediencia a algún aspecto de las instrucciones específicas recibidas de Dios sobre cómo proceder en cada caso.En la segunda de estas ocasiones Saúl intentó cubrir y justificar su desobediencia con razones que sonaran válidas y convincentes pero que, en realidad, no eran más que un intento de halagar y sobornar a Dios para que pasara por alto y disculpara su desobediencia, cuando las razones de fondo eran otras muy diferentes. Por eso, cuando Samuel lo puso en evidencia, él admitió las verdaderas razones detrás de su desobediencia y las confesó pidiendo perdón por ello: “ꟷ¡He pecado! ꟷadmitió Saúlꟷ. He desobedecido la orden del Señor y tus instrucciones. Los soldados me intimidaron y les hice caso. Pero te ruego que perdones mi pecado y que regreses conmigo para que yo adore al Señor” (1 Samuel 15:24-25). Pero una confesión y una declaración de arrepentimiento en estas condiciones, cuando ya todo nos acusa y no podemos seguirla negando, siempre será sospechosa de ser insincera y manipuladora, hecha simplemente para que los demás escuchen lo que desean escuchar y conservar privilegios que no nos merecemos y guardar así las apariencias. Por eso Samuel no le dio crédito a la confesión y el arrepentimiento de Saúl, sino que más bien le confirmó sentenciosamente el veredicto divino y final sobre él: “ꟷNo voy a regresar contigo ꟷrespondió Samuelꟷ. Tú has rechazado la palabra del Señor, y él te ha rechazado como rey de Israel” (1 Samuel 15:26)
No voy a regresar contigo
"La confesión a la que nos vemos obligados cuando todo nos acusa y las excusas que hemos utilizado se vuelven inútiles, no denota arrepentimiento”
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