Samuel apreciaba profundamente a Saúl y, por esta razón, lamentó bastante el hecho de que no hubiera dado la talla ni estado a la altura deseada en su desempeño como rey de Israel y hubiera sido finalmente desechado y despojado por Dios de esta honrosa dignidad, con la consecuencia de que luego de ello Samuel nunca volvió a ver a Saúl. Esta circunstancia hundió al profeta en una especie de duelo que se prolongó lo suficiente como para que Dios terminara dirigiéndose a él de este modo: “El Señor dijo a Samuel: ꟷ¿Cuánto tiempo vas a quedarte llorando por Saúl, si ya lo he rechazado como rey de Israel? Mejor llena de aceite tu cuerno y ponte en camino. Voy a enviarte a Belén, a la casa de Isaí, pues he escogido como rey a uno de sus hijos” (1 Samuel 16:1). En efecto, a pesar de todo, la vida sigue y no podemos quedarnos anclados en el pasado lamentando e imaginando indefinidamente lo que pudo ser y no fue, sino que en medio de esto debemos cobrar ánimo, renovar nuestras fuerzas, ponernos de pie y proseguir, con la esperanza y la convicción de que Dios no ha acabado ni se ha rendido con nosotros y mantiene vigente para nuestras vidas sus: “planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11), como en efecto sucedió con Israel, para el cual Dios tenía planes esperanzadores a pesar del fracaso de Saúl en su obediencia y responsabilidades como rey, iniciando la era del valiente y piadoso rey David, cuya dinastía en el trono de Israel sería eterna alcanzando su punto culminante en el Señor Jesucristo
¿Cuánto vas a quedarte llorando?
"Ya que no podemos cambiar el pasado, Dios nos exhorta a no quedarnos anclados a él y a mirar hacia el futuro y lo que Él todavía nos tiene preparado”
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