Los judíos estuvieron durante los cerca de 2000 años que tomó la elaboración del Antiguo Testamento alimentando la esperanza de la venida del Mesías, pero cuando finalmente esta expectativa se concretó en la persona de Jesús de Nazaret, el Verbo de Dios hecho hombre por nosotros, no lo reconocieron ni aceptaron como tal y lo dejaron pasar de largo. Algo similar a lo que sucede muchas veces con los creyentes en el día a día, apremiando las actuaciones de Dios para que encajen en nuestras agendas, como lo hacían los propios hermanos consanguíneos del Señor Jesucristo, presionándolo para que actuara y se manifestara públicamente, a pesar de que ellos mismos no creían en Él y diciéndole, entonces: “Nadie que pretenda darse a conocer actúa secretamente. Si en realidad haces cosas tan extraordinarias, date a conocer al mundo. Y es que ni siquiera sus hermanos creían en él. Jesús les dijo: ꟷTodavía no ha llegado mi hora; para ustedes, en cambio, cualquier tiempo es apropiado” (Juan 7:4-6 BLPH). Porque, ciertamente, para nosotros cualquier tiempo es apropiado, pero no para Dios, y cuando Él actúa, no debemos dejarlo pasar de largo: “porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte” (Lucas 19:44), simplemente porque sus actuaciones no se ajusten exactamente a nuestra agenda con sus equivocadas expectativas. Vigilar paciente y humildemente, estudiando las Escrituras y obedeciéndolas es, pues, fundamental para atender como se debe la exhortación para que: “No sean perezosos; más bien, imiten a quienes por su fe y paciencia heredan las promesas” (Hebreos 6:12)
No sean perezosos
“La paciencia tiene que ver con identificar el tiempo de Dios y encajarlo con el nuestro sin apurarlo ni dejarlo pasar de largo”
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