La epístola de Santiago advierte de manera solemne: “Hermanos míos, no pretendan muchos de ustedes ser maestros, pues, como saben, seremos juzgados con más severidad” (Santiago 3:1). Por supuesto, esto se debe a que a mayor conocimiento y comprensión de lo que la fe implica y exige de nosotros, mayor responsabilidad en la obediencia, pues si no se actúa de manera consecuente con lo que se sabe, en este caso ya no se puede alegar la ignorancia como atenuante, por lo que, en efecto, el juicio sobre el maestro que transgrede lo que sabe, es más severo de manera inevitable, en línea con la declaración evangélica que dice que: “A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá aún más” (Lucas 12:48). Sin embargo, esta advertencia no busca desestimular el estudio y comprensión de la Biblia, sino tan sólo advertir el costo que conlleva penetrar en su comprensión y llegar así a ser un maestro y la obligación que esto trae de ser también un ejemplo para los demás. Este costo fue especialmente severo, por ejemplo, para los profetas, cuyo acceso al secreto de Dios los expuso a los ataques y persecución de su propio pueblo que no estaba en muchos casos, en especial en lo que tiene que ver con las autoridades de la nación, dispuesto a escuchar lo que Dios les decía a través de ellos, de donde los mensajes que recibían de Dios podían ser dulces en principio, pero al final podían llegar a tornarse amargos. Con todo, es el maestro el que está habilitado como el que más para apreciar “… lo que Dios ha preparado para quienes lo aman.»” (1 Corintios 2:9)
No pretendan ser maestros
“Los beneficios de ser maestros de la Palabra de Dios compensan de sobra el riesgo que conlleva de ser juzgados con mayor severidad”
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