A partir de la elección de Abraham, Isaac y Jacob por parte de Dios se configura la distinción bíblica entre israelitas, hebreos o judíos indistintamente, por un lado; y los goyim, paganos o gentiles por el otro, constituidos por todo el resto de pueblos y naciones diferentes a ellos a lo largo de la historia que no habían sido temporalmente beneficiarios de la elección y la revelación de Dios, hasta el advenimiento de Cristo y el evangelio en el que esta diferencia queda abolida en la iglesia. Si bien la elección de Dios es soberana y no obedece, por tanto, ni a los méritos de los judíos ni de los creyentes en la iglesia sino a Su amor, Su gracia y Su misericordia, el rechazo de los paganos o gentiles sí estaba más que justificado, si tenemos en cuenta muchas de sus prácticas pecaminosas y contrarias a la ley de Dios que los caracterizaban en su momento y que hasta cierto punto siguen caracterizando a buena parte de los no creyentes en la actualidad. Por ejemplo, los amonitas y moabitas de manera particular, pueblos descendientes de la relación incestuosa de Lot con sus hijas, fueron excluidos del pueblo de Dios por sus prácticas insolidarias y censurables hacia Israel durante su peregrinaje por el desierto: “»No podrán entrar en la asamblea del Señor los amonitas ni los moabitas, ni ninguno de sus descendientes, hasta la décima generación. Porque no te ofrecieron pan y agua cuando cruzaste por su territorio, después de haber salido de Egipto. Además, emplearon a Balán hijo de Beor, originario de Petor en Aram Najarayin, para que te maldijera” (Deuteronomio 23:3-4)
No podrán entrar en la asamblea
“Si bien las restricciones para que algunos pueblos fueran parte del pueblo de Dios quedan sin efecto en el evangelio, sin duda no fueron caprichosas”
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