Ya hemos señalado que los jebuseos lograron mantener un enclave pagano en medio de Israel durante poco más o menos dos siglos, a lo largo de todo el periodo caótico de los jueces y los primeros años de la monarquía, en la ciudad de Jebús, antigua Urusalim y posteriormente conocida hasta hoy como Jerusalén: “En cambio, los de la tribu de Benjamín no lograron expulsar a los jebuseos, que vivían en Jerusalén. Por eso hasta el día de hoy los jebuseos viven con los benjamitas en Jerusalén” (Jueces 1:21). Los jebuseos mantuvieron, pues, una fortaleza en medio del territorio benjaminita y esta circunstancia constituye una ilustración gráfica, tanto de la presencia en la iglesia de la mala hierba creciendo lado a lado con el trigo de la que el Señor Jesús nos advirtió y que tendría que esperar a que Él mismo la pusiera en evidencia y la desarraigara en su momento para no echar a perder el grano, como de la presencia en el creyente de la carne o naturaleza pecaminosa acechando y esperando que le demos la oportunidad de actuar, no obstante estar ya redimidos y haber comenzado ya a ser parte de la nueva creación, siendo dotados y revestidos por Dios de una nueva naturaleza a semejanza de la de Cristo. Por eso, los cristianos no podemos bajar la guardia y debemos mantenernos vigilantes todos los días para que la carne, ese infiltrado agazapado inevitablemente en el interior de cada uno de nosotros hasta el regreso del Señor que lo expulsará y destruirá definitivamente, no gane fuerza sobre nuestras voluntades de tal modo que sea la nueva naturaleza la que prevalezca
No lograron expulsar a los jebuseos
“Mientras el Señor no vuelva, la mala hierba coexistirá con el grano en la iglesia y en el interior de todos los redimidos tratando de ganar terreno”
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