Luego del éxito de la campaña de conquista emprendida por Israel para establecerse en la tierra prometida e inmediatamente después de que Josué, ya anciano, se despidió del pueblo, la última acción que efectuó fue convocar a todas las tribus para llevar a cabo una renovación del pacto con Dios: “Aquel mismo día Josué renovó el pacto con el pueblo de Israel. Allí mismo, en Siquén, les dio preceptos y normas, y los registró en el libro de la Ley de Dios. Luego tomó una enorme piedra y la colocó bajo la encina que está cerca del santuario del Señor. Entonces dijo a todo el pueblo: ꟷEsta piedra servirá de testigo contra ustedes. Ella ha escuchado todas las palabras que el Señor nos ha dicho hoy. Testificará contra ustedes en caso de que digan falsedades contra su Dios” (Josué 24:25-27). Este episodio ilustra la necesidad de renovar periódicamente nuestros compromisos de adoración y obediencia a Dios, pues la inercia no puede mantenerlos indefinidamente sin que se vayan debilitando poco a poco para nuestro propio perjuicio, culminando con el descuido y abandono gradual de estos compromisos. La renovación imprime un nuevo y continuo impulso a las resoluciones iniciales que le formulamos como consecuencia de la conversión a Cristo y la regeneración que Él realiza en nosotros y que el Espíritu Santo renueva, animándonos y conduciéndonos con su poder de convicción en nosotros para inclinar nuestras voluntades a mantener vigente nuestra comunión con Dios de manera cercana, estrecha e íntima en el acto diario de la oración y lectura de Su Palabra
Josué renovó el pacto
“Para poder mantenernos en el lugar al que por la gracia de Dios hemos logrado llegar, debemos renovar periódicamente nuestros compromisos con Él”
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