Las apariencias engañan, por eso juzgar por las apariencias puede ser nefasto y dar lugar a trágicos malentendidos. Las primeras impresiones no son siempre correctas y quedarse en ellas sin indagar más a fondo no es más que incurrir en censurables prejuicios. Las tribus de Israel por poco se enfrascan en una guerra civil debido a que la tribu de Rubén, la de Gad y la mitad de la tribu de Manasés, que se establecieron al oriente del Jordán y no al occidente de él como el resto de tribus y que, por esta razón, después de tomar posesión de su territorio antes de las demás, tuvieron todavía que acompañar y ayudar al resto de tribus a tomar posesión del suyo al occidente del Jordán, propiamente en Canaán, antes de regresar a su propio territorio; al regresar a él decidieron construir un enorme altar en el límite marcado por el Jordán. Altar que el resto de tribus consideró ofensivo y juzgó como una manifestación de imperdonable idolatría, deslealtad y rebeldía hacia Dios que debía ser castigada. Afortunadamente, antes de tomar las armas contra ellos enviaron una comitiva para indagar con más detalle, recibiendo de las dos tribus y media una explicación satisfactoria que evitó un innecesario derramamiento de sangre, pues: “ꟷ¡El Señor, Dios de dioses… sabe bien que no hicimos esto por rebeldía o por infidelidad! Y que todo Israel también lo sepa. Si no es así, que no se nos perdone la vida. Si hemos construido altar para nosotros y así alejarnos del Señor o para ofrecer holocaustos, ofrendas de grano y sacrificios de comunión, ¡que el Señor mismo nos llame a cuentas!” (Josué 22:22-23)
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