Es de conocimiento general que la tribu de Leví, una de las doce tribus de Israel, no recibió de parte de Dios la asignación de un territorio para ella en la repartición de la tierra prometida, como sí lo recibieron las demás tribus. Y la razón de esta medida también es bien conocida: Dios sería la herencia de esta tribu, es decir que esta tribu había sido designada, no para cultivar la tierra y vivir de sus frutos, sino para consagrarse al servicio de Dios en el santuario y en el templo y ejercer el sacerdocio en Israel y todas las demás funciones asociadas a él en favor de toda la nación y como contraprestación a este servicio, las demás tribus que sí podían trabajar la tierra y obtener sus frutos, debían entregar a la tribu de Leví los diezmos o la décima parte de sus ingresos para su sostenimiento y el mantenimiento funcional de toda la estructura del templo y su correspondiente ritual tal como lo establecía la ley, de un modo agradable a los ojos de Dios. Sin embargo, los levitas sí recibieron ciudades en las cuales vivir en medio del territorio de las otras tribus: “Los levitas recibieron en total cuarenta y ocho poblaciones con sus respectivos campos de pastoreo en territorio israelita. Cada una de esas poblaciones estaba rodeada de campos de pastoreo”(Josué 21:41-42). Seis de estas ciudades fueron, además, ciudades de refugio, demostrando de esta forma la preocupación de Dios por el bienestar de los levitas para que no quedaran desprotegidos por causa de su vocación de vida, llegando a ser considerados, junto con las viudas, los huérfanos y los extranjeros, representantes de la población vulnerable en Israel
Con sus campos de pastoreo
“Si bien es cierto que la tribu de Leví no recibió, como las demás, territorios para cultivar la tierra, sí recibió ciudades para habitar en ellas”
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