La decisión desesperada de Noemí y su nuera Rut de regresar a Israel seguía siendo arriesgada e imprevisible, como un tiro al aire, luego de haber probado suerte en el extranjero diez años antes con su esposo y sus dos hijos, con el penoso y dramático desenlace de haberlos perdido a los tres y hallarse en ese momento desamparada en compañía de su joven nuera, también viuda como ella. Y lo era porque su regreso estaba lejos de garantizarle por sí solo una mejoría significativa en su lastimosa condición. Por lo menos, no más allá de poder echar mano de ciertas prescripciones de la ley que favorecían a los pobres ꟷen particular a las personas procedentes de poblaciones vulnerables, como viudas, huérfanos, extranjeros y levitasꟷ y les permitía no morir de hambre, como Noemí en efecto las aprovechó mediante las instrucciones impartidas a Rut y la dócil obediencia de ella a las indicaciones de su suegra. Pero en medio de este panorama sombrío, desesperanzado y desalentador de tener que vivir de la caridad pública Dios no las desamparó ni dejó a su suerte, sino que en el momento justo les concedió gracia y las condujo providencialmente a Booz, el próspero y respetado pariente del difunto Elimélec, esposo de Noemí, que era uno de los parientes que, por ley, podía redimirla. Por eso, cuando Noemí se enteró de este giro de los acontecimientos, exclamó gozosa: “ꟷ¡Que el Señor lo bendiga!… El Señor no ha dejado de mostrar su fiel amor hacia los vivos y los muertos. Ese hombre es nuestro pariente cercano; es uno de los parientes que nos pueden redimir” (Rut 2:20)
No ha dejado de mostrar su amor
“Cuando la esperanza amenaza con desaparecer y el panorama es sombrío Dios nos muestra que sigue con nosotros y no nos ha dejado a nuestra suerte”
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