La conciencia y el sentido del deber nos impulsa a no quedarnos callados en ocasiones en que consideramos que no podemos hacerlo en aras de la verdad. En estos casos, la necesidad de desahogarnos no obedece a factores emocionales, como cuando prorrumpimos en exclamaciones que buscan aligerar la presión interna y dar rienda suelta a nuestras emociones reprimidas; sino a factores racionales, como en el caso de Eliú: “Tengo que hablar y desahogarme; tengo que abrir la boca y dar respuesta. No favoreceré a nadie ni halagaré a ninguno; Yo no sé adular a nadie; si lo hiciera, mi Creador muy pronto me castigaría” (Job 32:20-22). El joven Eliú sentía de manera imperiosa que debía dar respuesta a sus interlocutores de más edad y de ese modo, desahogarse manifestando su punto de vista sobre el asunto, pues consideraba errados los puntos de vista de los tres amigos de Job con quienes el patriarca había llegado a un punto muerto, sin lograr ponerse de acuerdo. Independiente del hecho de que sus planteamientos tampoco se aplicaran al caso de Job, pues al igual que los amigos de Job, él desconocía variables determinantes para evaluar correctamente la situación aflictiva del patriarca, se le debe abonar su declarada intención de ser lo más objetivo posible, sin intentar favorecer, halagar ni adular gratuitamente a nadie para ganarse favores, poniendo a Dios como testigo de que sus motivaciones eran rectas al respecto. Algo que todos deberíamos tratar de imitar cuando nuestras propias conciencias también nos impulsen a hablar y a no guardar silencio
No favoreceré a nadie
"Siempre que nuestra conciencia nos impulse a emitir juicios, debemos procurar que nuestros pronunciamientos sean lo más objetivos e imparciales”
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