Las ejecuciones sumarias llevadas a cabo por Dios de personajes como Nadab y Abiú y de Uza, levita de la tribu de Coat: “Al llegar al campo de Nacón, los bueyes tropezaron, pero Uza extendió las manos y sostuvo el arca de Dios. Entonces la ira del Señor se encendió contra Uza por su atrevimiento y lo hirió de muerte, de modo que Uza murió junto al arca de Dios” (2 Samuel 6:6-7), son episodios que escandalizan al lector moderno de la Biblia que juzga que sus faltas no eran para tanto. Pero el hecho es que Uza fue desobediente al tocar el arca con su mano, algo que se le enseñaba desde niño a todo levita que no debería hacer bajo pena de muerte. En realidad, todo pecado o acto de desobediencia humano, independiente de su mayor o menor gravedad comparativa, merece la muerte, como se lo informó Dios a nuestros primeros padres claramente en relación con el árbol del conocimiento del bien y del mal: “pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, sin duda morirás»” (Génesis 2:17) y se ve ratificado en el Nuevo Testamento: “Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23). Lo que sucede es que, dado que Dios es: “Clemente y misericordioso… Lento para la ira, y grande en misericordia” (Salmo 145:8), llegamos a dar por sentada la misericordia de Dios a tal punto que nos acostumbramos a ella y cuando Dios modifica esta pauta y establece necesarios precedentes de justicia, nos escandalizamos y protestamos pasando por alto que Dios, a la par que es misericordioso, también es justo
Misericordioso pero también justo
"La muerte de Uza y la de Nadab y Abiú no fueron arbitrarias, sino que son un recordatorio de que Dios no es solamente misericordioso, sino justo”
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