Desde el primer siglo de nuestra era, la iglesia se encuentra en una tensión constante entre lo ya logrado y cumplido por Cristo en su primera venida y lo que aún está por cumplirse con la consumación final en su segunda venida, en lo que en teología se designa como el “ya” y el “todavía no”. La iglesia vive, pues, indefinidamente en este interín de tiempo y en medio de la tensión existente entre estos dos aspectos: es decir los anuncios ya cumplidos y los que están todavía por cumplirse al final de los tiempos ꟷdesignados técnicamente con el nombre de “escatología”ꟷ. Y debido a esta tensión, es fácil perder el balance que debemos mantener en relación con la espera de lo que aún está por cumplirse inclinándonos, por una parte, a perder de vista el cumplimiento futuro de lo anunciado debido a la larga espera, en perjuicio del impulso y la vitalidad esperanzada que la fe está llamada a imprimir a la vida del creyente, cayendo en una resignación que nos lleve a conformarnos con este mundo como si no hubiera nada más allá de él o, por el contrario, a obsesionarnos con los aspectos relativos a los últimos tiempos y a desentendernos de forma igualmente culpable de nuestras responsabilidades en este mundo. Hay, pues, que recordar que: “El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan… Por eso, queridos hermanos, mientras esperan estos acontecimientos, esfuércense para que Dios los halle sin mancha y sin defecto, y en paz con él” (2 Pedro 3:9, 14)
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