La oración de Ana con ocasión del nacimiento de Samuel como respuesta a su sentida e insistente oración para que Dios le diera un hijo, se asemeja en ciertos aspectos al Magnificat, la oración elevada tiempo después por la virgen María a Dios cuando fue honrada por Él al escogerla para ser la madre de nuestro Señor Jesucristo, Dios hecho hombre por nosotros. Particularmente, ambas comparten la referencia inicial a la salvación como una de las bendiciones que Dios ofrece a su pueblo, y que es desde el punto de vista teológico la noción más amplia e incluyente que abarca todas las dinámicas llevadas a cabo por Dios con el pecador arrepentido que se rinde a Cristo y coloca toda su fe y confianza en lo hecho por Él a nuestro favor al morir en la cruz del calvario y resucitar victorioso de los muertos el domingo de resurrección: “Ana elevó esta oración: «Mi corazón se alegra en el Señor; en él radica mi poder. Puedo celebrar su salvación y burlarme de mis enemigos” (1 Samuel 2:1). Referencia a la salvación que también la virgen María hace de una manera más personal al declarar: “Entonces dijo María: «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1:46-47), reconociendo así incidentalmente su necesidad de salvación, al igual que todo el resto de la humanidad caída y echando por tierra de este modo la doctrina católica de la inmaculada concepción que afirma sin base bíblica alguna que la virgen María fue concebida sin el pecado original que Adán y Eva nos heredaron a todos sus descendientes, con la honrosa excepción de Cristo
Mi espíritu se regocija en mi Salvador
“La oración de Ana en el Antiguo Testamento tiene su complemento en el cántico elevado por la virgen María con ocasión del nacimiento de su Hijo”
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