Me ha dado paz por todas partes

Partiendo del hecho de que la paz es una bendición divina que no concierne propiamente a las circunstancias externas y la condición político-militar de los pueblos, sino antes que nada a la armonía interior que Dios concede a los Suyos aliviando y resolviendo satisfactoriamente sus conflictos internos, acompañada de la reconciliación con Él y de tal confianza en Dios que podemos atender de manera efectiva su invitación a depositar nuestras cargas en Él y a descansar en Él; hay que añadir que la paz política no debe tampoco menospreciarse como la muy valiosa añadidura que corona el cuadro por el cual Dios bendice a Su pueblo con paz, como sucedió con Salomón, quien a diferencia de su padre David que fue un hombre de guerra ꟷrazón por la cual Dios consideró inconveniente que fuera él quien construyera el templo de Jerusalén en su honorꟷ, no se vio enfrascado en conflictos militares sino que consolidó el reino de su padre extendiendo sus fronteras fundamentalmente mediante alianzas, acuerdos y gestiones diplomáticas y por eso Dios delegó en él la construcción del Templo, un proyecto más propio de los tiempos de paz que le tocó en suerte vivir y que él llevó a cabo con excelencia: “Pues bien, ahora el Señor mi Dios me ha dado paz por todas partes, de modo que no me amenazan ni adversarios ni calamidades. Por lo tanto, me propongo construir un templo en honor al nombre del Señor mi Dios, pues él le prometió a mi padre David: ‘Tu hijo, a quien pondré en el trono como sucesor tuyo, construirá el templo en honor de mi Nombre’” (1 Reyes 5:4-5)