Si bien es cierto que uno de los propósitos expresos para la construcción del templo de Jerusalén fue señalar el lugar en que la presencia de Dios estaba llamada a manifestarse con especialidad conforme a Sus instrucciones en la ley al escoger en ella a Jerusalén como el lugar oficialmente autorizado para este fin; esto no significa que la presencia de Dios estuviera atada y limitada a él, como si no pudiera manifestarse en cualquier otro lugar, o que Dios quedara obligado para con Su templo de tal modo que tuviera que manifestar Su presencia en él a todos los que acudieran a él. En realidad, la condición que Dios estableció para manifestar Su presencia a Su pueblo, no solo en el templo, sino en cualquier momento y lugar diferente sin parafernalias religiosas de ningún tipo, fue la obediencia de Su pueblo: “«Ya que estás construyendo este templo, quiero decirte que, si andas según mis estatutos, y obedeces mis leyes y todos mis mandamientos, yo cumpliré por medio de ti la promesa que hice a tu padre David. Entonces viviré entre los israelitas y no abandonaré a mi pueblo Israel»” (1 Reyes 6:12-13). Por eso Dios se pronunció de este modo sobre los israelitas que acudían al templo de manera supersticiosa y mágica: “… Corrijan su conducta y sus acciones y yo los dejaré vivir en este lugar. No confíen en esas palabras engañosas que repiten: ‘¡Este es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor!’. Si realmente corrigen su conducta y sus acciones, si realmente practican la justicia los unos con los otros… entonces los dejaré vivir en este lugar…” (Jeremías 7:3-11)
Entonces los dejaré vivir en este lugar
"La presencia de Dios no está atada ni condicionada a la existencia de un templo físico en el cual se manifieste, sino a la obediencia de Su pueblo”
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