En el ciclo ya señalado de sembradores y segadores que caracteriza la historia sagrada y la condición de sembrador del profeta Elías y la de segador de su sucesor, el profeta Eliseo, vimos que cuando Elías estaba agotado luego de su deslumbrante enfrentamiento victorioso en solitario contra los profetas de Baal y Aserá, tuvo que huir por su vida perseguido por la malvada reina Jezabel y, abrumado por las dificultades, quiso rendirse diciéndole a Dios que le quitara ya la vida, pero Dios lo reanimó y le informó que aún quedaban tareas por hacer, entre las cuales lo comisionó a ungir a Eliseo como su sucesor, a Jazael como rey de Siria y a Jehú como rey en Israel en sustitución de la familia de Acab que había quedado bajo el juicio divino, para que Jehú llevara a cabo este juicio ejecutando a sus hijos y a todos los que, como ellos, eran idólatras y apóstatas en Israel, adoradores de Baal. Sin embargo, Elías sólo alcanzó a designar a Eliseo como su sucesor, dejando a éste el cumplimiento de las tareas restantes, como lo fue informarle a Jazael que sería el rey de Siria y ungir a Jehú: “Jehú se levantó y entró en la casa. Entonces el profeta lo ungió con el aceite y declaró: «Así dice el Señor, Dios de Israel: “Ahora te unjo como rey sobre mi pueblo Israel” (2 Reyes 9:6). Y es que Dios cumple sus propósitos en la historia sirviéndose de nosotros, preferiblemente en consciente obediencia a Él, pero éstos abarcan con frecuencia a más de una generación para llevarlos a término y a su feliz cumplimiento, razón de más que justifica las labores diferenciadas de la siembra y la cosecha
Más de una generación
“A veces las tareas que Dios nos encomienda y que desarrollamos con esfuerzo no llegarán a feliz término con nosotros sino con nuestros sucesores”
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