Dejando de lado el arca del pacto que merece tratamiento especial, el mobiliario y los utensilios del templo tenían antes que nada una finalidad práctica y funcional y no meramente ornamental, prestando utilidades muy concretas en el culto y el ritual ordenado por Dios. Sin embargo, al estar elaborados también de manera exquisitamente artística y en metales tan valiosos y codiciados como el oro, la plata y el bronce y ser tan abundantes, pues: “… Todos los utensilios que Hiram Abí hizo para el templo del Señor por orden del rey Salomón eran de bronce pulido. El rey los hizo fundir en moldes de arcilla en la llanura del Jordán, entre Sucot y Saretán. Eran tantos los utensilios que hizo Salomón que no fue posible determinar el peso del bronce” (2 Crónicas 4:16-18); estos objetos destinados para usos sagrados muy específicos se volvieron también un apetecido botín de guerra para los reyes de las naciones enemigas de Israel. Algunos de los mismos reyes de Judá acudieron en ocasiones al tesoro del templo y echaron mano de sus utensilios para pagar tributo a reyes enemigos que, con una fuerza militar superior, los amenazaban con la toma y destrucción de la ciudad, apaciguándolos de este modo con el detrimento del tesoro del templo. Finalmente, Nabucodonosor se apropió de este tesoro y lo llevó a Babilonia, donde un par de generaciones después su descendiente, el rey Belsasar, pretendió echar mano de estos utensilios profanándolos para la celebración de un espléndido banquete pagano que marcó el fin de su hegemonía y acarreó el juicio de Dios sobre él
Los utensilios del templo profanados
“El mobiliario del templo y sus utensilios no eran reliquias con poder en sí mismas, pero con todo Dios no permitió que fueran profanados impunemente”
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