Entre las múltiples instrucciones de la ley mosaica encontramos la siguiente: “El pan les pertenece a Aarón y a sus hijos, quienes lo comerán en un lugar santo. Esta es una parte sumamente sagrada de las ofrendas que se presentan por fuego al Señor. Es un estatuto perpetuo.»” (Levítico 24:9). Este era, pues, un pan especial conocido como “pan de la Presencia” o “de la proposición”. Y si bien este pan debía ser reemplazado cada semana en el santuario para el consumo exclusivo de los sacerdotes, encontramos que en una ocasión, cuando David y sus hombres se hallaban hambrientos y en aprietos y acudieron al sacerdote Ajimélec para pedirle algo de comer: “… el sacerdote entregó a David el pan consagrado, ya que no había otro. Era el pan de la Presencia que había sido quitado de delante del Señor y reemplazado por el pan caliente del día” (1 Samuel 21:6). Este episodio cobra especial relevancia en el Nuevo Testamento ante los cuestionamientos de los fariseos dirigidos a los hambrientos discípulos del Señor por arrancar en un día de reposo espigas de los sembrados para alimentarse, día en el que las normas rabínicas decían que no se podían llevar a cabo trabajos de este tipo. El Señor Jesucristo responde así: “… ꟷ¿No han leído lo que hizo David en aquella ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre?Entró en la casa de Dios; él y sus compañeros comieron los panes consagrados a Dios, lo que no se les permitía a ellos, sino solo a los sacerdotes” (Mateo 12:3), demostrando así el principio de que: “»El sábado se hizo para el ser humano y no el ser humano para el sábado” (Marcos 2:27)
Los panes consagrados a Dios
"Las prescripciones de la ley mosaica no eran reglas rígidas y caprichosas, sino que buscaban ante todo glorificar a Dios y beneficiar a los hombres”
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