En el contexto de la instrucción sobre el año sabático y el año del jubileo, instrucción que ordenaba dejar descansar y no sembrar ni cosechar la tierra hasta por un lapso de dos años consecutivos, alimentándose entonces exclusivamente de lo cosechado previamente o de los productos que la tierra produjera de manera silvestre y espontánea; la obediencia a este precepto era en buena medida contraintuitiva y demandaba confianza en el cuidado y la provisión de Dios sobre Su pueblo, pues parecía ir en contravía con el funcionamiento normal de las cosas. Por eso Dios enfatizó y aseguró enseguida: “»Pongan en práctica mis estatutos y observen mis preceptos, y habitarán seguros en la tierra. La tierra dará su fruto, y comerán hasta saciarse, y allí vivirán seguros” (Levítico 25:18-19), saliéndole al paso a las dudas y cuestionamientos que los israelitas se estarían formulando al respecto, basándose en el curso habitual de lo esperado: “Si acaso se preguntan: ‘¿Qué comeremos en el séptimo año si no plantamos ni cosechamos nuestros productos?’”, recibiendo de Dios como contundente respuesta: “déjenme decirles que en el sexto año les enviaré una bendición tan grande que la tierra producirá como para tres años. Cuando ustedes siembren durante el octavo año, todavía estarán comiendo de la cosecha anterior, y continuarán comiendo de ella hasta la cosecha del año siguiente” (Levítico 25:20-22), garantizando así una provisión segura y excedentes suficientes y sorprendentes que justifican nuestra obediencia y confianza en Él por encima de cualquier pronóstico en contra
Estarán comiendo de la cosecha anterior
“Obedecer a Dios, aunque pueda parecer contrario al curso habitual de lo esperado, nos garantiza seguridad y provisión sorprendentes, a pesar de todo”
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