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Los judíos de hoy

¿Son el pueblo de Dios?

El recrudecimiento del conflicto en el Medio Oriente que involucra en su centro a la nación de Israel y sus vecinos, las naciones árabes en las que predomina la religión del islam y, por consiguiente, el temor al terrorismo religioso asociado hoy con la Jihad o el concepto de guerra santa tal como lo formuló Mahoma en el Corán y otros escritos propios de la tradición musulmana, alimenta otra de las radicalizaciones simplistas y facilistas que caracterizan nuestros tiempos y que se empeñan en verlo todo en blanco y negro, en términos de “buenos” y “malos” casi de manera absoluta. Así, en el mundo hay amplios sectores de la cristiandad en general y del protestantismo evangélico en particular que son defensores a ultranza y casi de manera acrítica de Israel en medio de este conflicto, bajo la presunción de que Israel es el pueblo de Dios y punto final. Y en el otro extremo del espectro encontramos a quienes, rayando ya en el límite del antisemitismo u odio a los judíos, se alinean también casi de manera acrítica con los palestinos y, de paso, con los grupos terroristas como Hamas y similares que, diciendo defender los intereses de los palestinos, lo que hacen es en muchos casos convertirlos en víctimas del fuego cruzado, cual escudo humano, para promover sus propias y más mezquinas y prosaicas luchas e intereses, sin que les importe mucho la suerte del pueblo al que dicen representar.

Una de estas polarizaciones la ilustra en Colombia la postura para nada unánime ni representativa de la postura del pueblo colombiano en general del presidente de la República, Gustavo Petro, con su inconveniente ruptura de relaciones diplomáticas con Israel, desconociendo toda la historia que se halla detrás de este conflicto para concentrarse en una situación presente que tal vez deje en este momento mal parado a Israel por su excesivo recurso a la fuerza contra una población civil indemne en Palestina, historia que interpretada únicamente por el momento actual queda por completo descontextualizada. Por reacción, y al margen incluso de las perjudiciales y temidas consecuencias políticas y económicas que esto pueda acarrearle, más a Colombia que a Israel, el pueblo cristiano colombiano en general ha pasado a respaldar a Israel bajo la exclusiva consideración de que el pueblo de Israel es el pueblo de Dios. Pero ¿lo es en realidad? O por lo menos, ¿lo es sin dar lugar a matizaciones ni salvedad alguna?

Si nos remitimos al Antiguo Testamento no hay duda de que Israel es el pueblo escogido por Dios entre todas las naciones, en cabeza de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob y sus doce hijos de los que provienen las doce tribus que configuran y conforman al pueblo de Israel desde entonces y de los cuales los actuales judíos son descendientes directos desde el punto de vista genético, sin perjuicio del muy pequeño porcentaje de prosélitos convertidos al judaísmo que, sin proceder de Abraham y su descendencia, han acogido sin embargo el judaísmo como religión y al entrar de forma comprometida en sus dinámicas religiosas, han llegado a ser considerados por los judíos biológicos ꟷy en particular por las comunidades allegadas a las sinagogasꟷ, como miembros del Israel actual y a ser acogidos por ellos como conciudadanos llegando a disfrutar así de todos los privilegios educativos y económicos de Primer Mundo que cobijan a los ciudadanos judíos de sangre, así como de sus mismos deberes.

Pero es aquí donde debemos comenzar a hacer salvedades y matizaciones. La primera de ellas es dejar establecido que no todos los judíos de sangre ꟷpuede que un mayoritario porcentaje del pueblo judío actual y a lo largo de los últimos 2000 añosꟷ, son necesariamente el pueblo de Dios en la medida que muchos de ellos se han secularizado a tal punto que son indiferentes a Dios y no han incorporado las prácticas y actitudes religiosas establecidas para ellos en el Antiguo Testamento, a no ser ocasionalmente, más por inercia y por razones que no proceden de convicciones religiosas personales sino de costumbres y convencionalismos culturales. Tampoco es un secreto que, sin perjuicio de los logros de muchos judíos en el campo de la ciencia, el arte y el pensamiento en general, al mismo tiempo muchas ideologías contrarías a la fe bíblica han sido concebidas y divulgadas por pensadores judíos, como lo es por ejemplo el ateísmo de Marx y Freud, ambos judíos, promoviendo el primero de ellos un ateísmo de estado y una persecución a la fe, como si ésta fuera una enfermedad social que habría que combatir y erradicar, y el último de ellos, una liberación de la sexualidad que pretende emanciparla de las restricciones presuntamente arbitrarias que le impone la fe y la moralidad judeocristianas, afirmando que la fe religiosa es una neurosis de la que el psicoanálisis pretende curarnos.

Esto sin mencionar el activismo a favor de banderas como la ideología de género y la comunidad LGBTI por parte de pensadores judíos destacados y el hecho de que la vida nocturna de Tel Aviv, la capital del estado de Israel, no difiere en nada de las grandes y ricas ciudades occidentales cosmopolitas como New York, Los Ángeles, París, Londres, etc. en cuanto al ostentoso derroche y desenfreno, la sexualidad desbordada, el “glamour” y las lentejuelas y el consumo adictivo de alcohol y drogas de todo tipo. Esto puede sonar mojigato, y puede que en otro contexto lo sea, pero no lo es para argumentar que los judíos no son, por el mero hecho de ser descendientes de Abraham, automáticamente el pueblo de Dios. Ya lo dijo el apóstol Pablo: “Por lo tanto, sepan que los descendientes de Abraham son aquellos que viven por la fe” (Gálatas 3:7), declaración que deja por fuera a un buen porcentaje de judíos a lo largo de la historia. De hecho, Pablo, siendo judío y sin renegar de esta condición, fue muy crítico de las presunciones de los judíos de su época que pensaban que por ser descendientes de Abraham ya eran el pueblo de Dios, crítica incisiva que les dirige con gran agudeza, principal, pero no exclusivamente, en las epístolas a los Romanos y a los Gálatas.

Pablo distingue, además, en 1 Corintios 10:32 fundamentalmente a tres grupos en los que cabe toda la humanidad: los judíos, los gentiles o paganos ꟷes decir quienes no son judíos ni por nacimiento ni por religiónꟷ y la iglesia de Dios. Y esta última está constituida indistintamente por personas procedentes de los dos primeros grupos que han acogido y suscrito la fe en Jesucristo como el Hijo de Dios y el Mesías esperado a tal punto que en ella las diferencias étnicas y culturales entre ellos pierden importancia y pasan a segundo plano pues: “Ya no hay judío ni no judío, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Por eso, en estricto rigor y a partir del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios es la iglesia de Cristo y no propiamente el pueblo judío. Ahora bien, es igualmente cierta la afirmación de Pablo en el sentido de que, en razón de la elección y la fidelidad de Dios con los patriarcas, los judíos siguen ocupando un lugar especial en Sus afectos y Sus planes y que, por lo tanto, aunque: “Con respecto al evangelio, los israelitas son enemigos de Dios para bien de ustedes…” al mismo tiempo: “… si tomamos en cuenta la elección, son amados de Dios por causa de los patriarcas” (Romanos 11:28).

No pasamos entonces por alto que le debemos gratitud al pueblo judío por habernos legado al Mesías, nuestro Señor Jesucristo, y junto con Él las Sagradas Escrituras de tal modo que la iglesia nunca podrá renegar en justicia de sus raíces judías a tal grado que para muchos propósitos ꟷpero no todosꟷ, hoy no se habla de judaísmo y de cristianismo de manera diferenciada, sino de “judeocristianismo”, para señalar la estrecha vinculación entre la iglesia cristiana y el pueblo judío. Pero al mismo tiempo tampoco podemos pasar por alto que, al condenar a Cristo a la muerte en la cruz, los judíos asumieron la responsabilidad exonerando a Pilato al declarar que su sangre fuera sobre ellos y sobre sus hijos, de tal modo que Israel como nación está en este momento de manera generalizada y con muy honrosas excepciones, constituidas por las comunidades judeomesiánicas, en una condición de endurecimiento hacia Dios señalada igualmente por el apóstol Pablo al decir: “… Parte de Israel se ha endurecido, y así permanecerá hasta que haya entrado la totalidad de los gentiles” (Romanos 11:25), es decir, hasta que haya concluido la era de la iglesia. Y sólo después de esto Israel volverá a ser masivamente y con toda propiedad el pueblo de Dios, al reconocer a Jesucristo como el Mesías por parte del grueso de sus miembros.

Mientras tanto, estas matizaciones y salvedades mantienen su vigencia para no brindarle a Israel nuestro respaldo irrestricto de manera acrítica, pues ni siquiera las piadosas y respetadas comunidades ortodoxas y conservadoras de Israel logran salvar el honor de la nación ante Dios, pues en la medida en que no reconozcan a Jesucristo como el Mesías esperado y la atribuyan la condición divina en igualdad con el Padre y con el Espíritu Santo, son entonces apóstatas desde la perspectiva cristiana al considerar a Jesucristo como un farsante y engañador. Y si esto es así de las comunidades ortodoxas, con mayor razón lo es de sus gobernantes que, más que promover el judaísmo religioso entre los judíos, lo que promueven es el sionismo político, dos conceptos que, si bien pueden estar estrechamente relacionados desde el punto de vista de la historia, no son lo mismo y existen incluso sectores del judaísmo religioso ortodoxo que son críticos del sionismo de sus gobernantes actuales y sus ejecutorias, considerándolo corrupto e inconveniente.

Con estas apreciaciones basta por lo pronto para bajarle el tono al respaldo estridente e irrestricto que la iglesia cristiana evangélica suele brindarle al pueblo judío bajo el argumento de que son el pueblo de Dios y punto, y evitar de paso las posturas extremas e inconvenientes enfrentadas entre sí al respecto, y buscar un más justo entendimiento entre las partes, sin renunciar a nuestras explicables, pero condicionadas simpatías hacia el pueblo de Israel por todas las razones expuestas, evitando los activismos ruidosos e irreflexivos en favor de Israel, para poder requerir también algo similar de los activismos radicalizados igualmente polarizantes de quienes se refieren a Israel de manera insultante, ofensiva y desobligante, como si ellos fueran “los malos” y los palestinos “los buenos”, algo que históricamente está lejos de ser verdad si de honrar la justicia se trata. Y si el lector y oyente quiere ampliar un poco el tema lo invito a leer y escuchar también los siguientes contenidos anteriores de Creer y comprender: “Cristianismo, mesianismo y judaísmo” y “El conflicto en el Medio Oriente” (https://creerycomprender.com/cristianismo,-mesianismo-y-judaismo y https://creerycomprender.com/el-conflicto-en-oriente-medio ).

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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