Se ha dicho que la Biblia se puede citar para justificar cualquier cosa al sacar un texto fuera de su contexto para convertirlo en un pretexto para lo que deseemos, práctica que desestimularía, entonces, su lectura de conformidad con quienes suscriben ese estúpido infundio popular que dice que “el que lee la Biblia se vuelve loco”. Pero del hecho de que algunos citen la Biblia de manera equivocada o amañada ꟷya sea que se haga inadvertidamente o de manera consciente y culpableꟷ, no se sigue que debamos, pues, proscribir su lectura. Lo que se sigue de esto, más bien, es leerla con inteligencia, conocimiento y constancia. Es decir, estudiarla y no tan solo leerla. En Juan 5:39 el Señor avaló el estudio diligente de las Escrituras, y en el libro de los Hechos de los Apóstoles Lucas elogió la nobleza escéptica de los judíos de Berea que examinaban todos los días las Escrituras para ver si era verdad lo que Pablo les predicaba. La Biblia, al igual que cualquier otro texto escrito, puede ser tergiversada, pero esto no significa que quienes la leen la tergiversaran de manera necesaria, sino únicamente quienes no la estudian ni la leen metódicamente, desde posturas ignorantes y poco o nada documentadas desde el punto de vista histórico y teológico y que, además de ello, la leen de manera ocasional e inconstante, como lo aclara el apóstol Pedro al referirse a las epístolas de Pablo: “En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3:16)
Los ignorantes e inconstantes
“Leer la Biblia de manera inconstante y sin la instrucción adecuada puede terminar tergiversándola para perjuicio del lector”
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