Lo que distingue a los cristianos de los ateos no es la fe de los primeros, por contraste con la falta de fe de los últimos, pues ante la realidad inobjetable del universo y la naturaleza en los que vivimos y nos desenvolvemos con toda su innegable belleza y sus maravillosos mecanismos y funcionamiento especialmente adecuado para sustentar nuestras vidas, rasgos que el mal invasor no ha logrado nunca opacar; solo existen dos explicaciones posibles: La primera, que todo esto es un producto del azar o la necesidad sin un sentido ni propósito alguno y que no somos más que un resultado fortuito del polvo de estrellas en medio de un universo impersonal y caduco. Y la segunda, que todo esto es el producto de un poder y una inteligencia muy superior a la nuestra de carácter eminentemente personal que creó todo lo que existe con un sentido y un propósito que trasciende la creación y que nos permite concluir que esta vida no es todo lo que hay. El ateo cree lo primero, mientras que el cristiano cree lo segundo. Ambos, pues, tienen fe, pero son concepciones de fe mutuamente excluyentes, pero no es carencia absoluta de fe por parte de ninguna de las partes. Así, lo que resta es ver cuál de las dos concepciones de fe ostenta mayor evidencia a su favor, campo en el cual el cristianismo posee de lejos el mayor peso de su lado, como lo declara bien el apóstol Juan al afirmar: “Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida…” (1 Juan 1:1-3)
Lo que hemos tocado
“No es que el cristiano crea y el ateo no, sino que la fe del cristiano cuenta con mayor evidencia a su favor que la del ateo”
Deja tu comentario