Caín y Abel, Ismael e Isaac y Esaú y Jacob son ejemplos de que los vínculos consanguíneos entre hermanos no son por sí mismos suficientes para generar entre ellos una fraternidad solidaria. La condición caída del género humano se impone en muchos casos a estos lazos naturales llamados a generar afecto y unión entre quienes se hallan vinculados por ellos. En el caso de Esaú y Jacob la Biblia nos revela incluso que, de manera sorprendente, ellos luchaban desde que se encontraban en el vientre su madre, descorazonando a Rebeca al darse cuenta de esto: “Pero, como los niños luchaban dentro de su seno, ella se preguntó: «Si esto va a seguir así, ¿para qué sigo viviendo?» Entonces fue a consultar al Señor, y él le contestó: «Dos naciones hay en tu seno; dos pueblos se dividen desde tus entrañas. Uno será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor»” (Génesis 25:22-23). Y al igual que lo sucedido y ya señalado entre Ismael e Isaac en cuanto a la rivalidad actual entre sus descendientes: los pueblos árabes y el pueblo de Israel, del mismo modo entre Israel y los edomitas, los descendientes de Esaú ꟷtambién conocido como Edomꟷ, hubo rivalidades veladas y abiertas a lo largo del Antiguo Testamento que llevaron a los profetas a pronunciar juicios divinos sobre ellos debido a su colaboración con los enemigos de Israel luego de la captura de Jerusalén. Pero en el evangelio de Cristo los hermanos de sangre enemistados están llamados a la reconciliación y a extender también esta fraternidad a quienes no comparten estos vínculos en el seno de la gran familia de Dios en la iglesia
Los hermanos: fuente de discordia
“La condición caída de la especie humana hace que incluso los hermanos unidos solidariamente por vínculos de sangre sean fuente de discordia”
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