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Los Estados Unidos

Y el ocaso del destino manifiesto

Decía el pensador judío Isaiah Berlin que “La historia… está hecha de este encuentro entre destinos particulares y preocupaciones universales”. En este orden de ideas la teología cristiana distingue entre el “designio providencial” y el “destino manifiesto”. El primero hace referencia al plan de vida o al propósito específico al cual Dios desea que cada persona se ajuste, ─creyentes en particular─, para lograr la mayor realización en este mundo y dejar un legado que perdure, evocado usualmente con la expresión “vocación de vida”. El segundo tiene que ver con el papel determinante que una nación está llamada a cumplir en la historia dentro del plan de Dios. Es así como, sin perjuicio del papel desempeñado por los imperios de la antigüedad dentro de este plan, el destino manifiesto que más sobresale en las Escrituras es el de la nación hebrea. Pero, como lo dijo Isaiah Berlin, el destino de la nación como un todo está ligado en gran medida a los designios particulares de las personas que las gobiernan. Es por eso que, sin negar que en la historia ha habido, además de Israel, naciones con un destino manifiesto muy concreto y evidente a favor de la causa de Cristo y del consecuente mejoramiento de los estándares de vida de la humanidad, es la potencia de turno en quien suelen recaer las miradas a la hora de poner sobre sus hombros la responsabilidad del destino manifiesto.

Mucho más en las naciones que, ya sea por causa de su planificado o inevitable expansionismo político y económico, llegan a ejercer una influencia y una hegemonía de tipo imperial sobre el resto del mundo, como sucede todavía en la actualidad y hasta nueva orden con los Estados Unidos de América, si no en lo político, sí en lo económico y en lo militar. Indudablemente, Estados Unidos fue colonizada por los peregrinos del MayFlower, de origen puritano, con el expreso propósito de que llegara a ser una nación para Cristo. Y sin llegar a idealizarlo ni sacrificar en el proceso la necesaria capacidad crítica hacia él, no puede negarse que Estados Unidos ha llegado a ser lo que ha sido debido a que ha procurado honrar durante buena parte de su historia este compromiso de sus fundadores. No es casual que la idea del “sueño americano”, simbolizada por la Estatua de la Libertad en Nueva York, haya atraído a tantas personas de todo el mundo a lo largo de su historia, al punto de hacer de Estados Unidos una nación de inmigrantes que se establecieron en ella con el propósito de encontrar y promover mejores condiciones de vida para todos. Como tal y a pesar de todos los lastres y señalamientos que pueda arrastrar en el proceso, hay que decir que Estados Unidos ha sido uno de los imperios más benévolos de la historia.

Pero, al mismo tiempo, como todo imperio, o mejor aún, como la humanidad en general, pero en este caso de manera exacerbada por su posición de liderazgo mundial, tiene sus puntos ciegos, sus manchas negras y sus motivaciones egoístas, perversas y hasta conspirativas, si se quiere. Todo lo cual sus mejores gobernantes han tratado de combatir o mantener a raya. Pero de un tiempo para acá, hay claras y crecientes señales de ocaso y decadencia en el presunto desempeño de su “destino manifiesto”, al punto de poder llegar a ser relevado de él. En primer lugar, la calidad humana y el carácter moral de los gobernantes que han llegado a la Casa Blanca, alcanzando un punto culminante nunca antes visto con la figura de Donald Trump, que más allá de sus también más o menos cuestionables ejecutorias de gobierno, deja mucho que desear en cuanto a su condición humana, estando muy lejos de ser un ejemplo a imitar, si de honrar la moralidad cristiana bíblica se trata y cuya semblanza encaja mejor con el ideal de gobernante de El Príncipe de Maquiavelo.

Y no basta al respecto indicar que en la Biblia gobernantes que dejaban también qué desear por su condición pagana, como Ciro, unida también a su cuestionable carácter personal, como en el caso del rey Nabucodonosor, hayan servido de un modo u otro a los intereses de Dios, y hayan sido anunciados como tales por los profetas. En primer lugar, porque hoy no existen ya profecías válidas que apunten a Trump ni a ninguno de los huéspedes de la Casa Blanca, siendo responsabilidad de una nación en el marco de la democracia pensar y elegir a quien está colocando en el lugar de gobierno, y sus decisiones y responsabilidades al respecto no pueden disculparse, disimularse ni diluirse apelando a la soberanía de Dios. Y si, como algunos lo argumentan, la elección de alguien como Trump obedece a que la contraparte era aún peor, pues eso es un indicio más de lo que venimos diciendo, puesto que una nación que ya no es capaz de producir gobernantes dignos, está decididamente en decadencia.

En segundo lugar, la doble moral de una nación que ya no es tampoco capaz de inspirar y motivar a sus miembros para resolver sus problemáticas internas y privadas, llegando a ser mejores personas desde la perspectiva ética cristiana y que, en su defecto, prefiere combatir estas problemáticas “vendiendo el sofá”, es decir utilizando como chivos expiatorios a quienes contribuyen externamente a ellas. Me refiero, por supuesto, a la política represiva y prohibitiva hacia el tráfico de drogas dirigida hacia las naciones productoras y comercializadoras, que son quienes han tenido que pagar el más alto precio al respecto, impuesto sobre ellas por el imperio de turno, en cuanto al derramamiento de sangre y la violencia de todo tipo alimentada, financiada y sostenida en último término por este tipo de muy lucrativo negocio que socava las mismas débiles instituciones de estas naciones, ─ya sea por intimidación o por capacidad corruptora─, mercado incentivado por los excesos, adicciones y el poder adquisitivo de buena parte del ciudadano medio norteamericano, cada vez más dado a la relajación moral, que son finalmente los consumidores cuya demanda mueve este perverso mercado.

Y por último la emergencia de una potencia como China, cuya economía y poderío militar, si bien no alcanza el nivel que aún ostenta los Estados Unidos, sí va en ascenso y amenaza cada vez más con llegar a sobrepasarlo y dejarlo atrás. El gobierno monopólico del partido comunista en la nación China y la represión política asociada a él con su elevada dosis de violación de los derechos humanos, no es un muy buen presagio si es ésta la nación llamada a hacer el relevo en cuanto a hegemonía mundial en su momento, ni mucho menos a hacer de ella la abanderada en la defensa de las libertades conquistadas por Occidente bajo la influencia del cristianismo. Sin mencionar que los regímenes comunistas han sido y siguen siendo oficial y abiertamente ateos y perseguidores de la religión, con el cristianismo a la cabeza. Todo lo cual no puede hacernos perder de vista el avance exponencial del cristianismo en China, de manera necesariamente subterránea y clandestina, como sucedió inicialmente con la iglesia bajo la hegemonía del imperio romano, al cual, sin embargo, terminó conquistando desde adentro, sin violencia, y por el mismo peso específico que el cristianismo posee, arraigado como está en el poder de Dios y en sus decisiones soberanas.

Habrá, pues, que esperar y observar expectantes lo que sucede. Sobre todo, porque en lo que a la iglesia respecta y sin perjuicio de las distorsiones de la sana doctrina por cuenta de los sectores extremistas y sectarios tan numerosos también en la nación norteamericana; existe todavía un manifiesto e influyente remanente al que siguen mirando en gran medida, como obligado referente, las iglesias del resto del mundo. Sobre todo porque, desde un punto de vista comparativo, dentro de las naciones del llamado Primer Mundo occidental, en otro tiempo cristiano en su gran mayoría, por lo menos sobre el papel, Estados Unidos es el que mejor retiene todavía su herencia cristiana, pues en Europa el cristianismo languidece moribundo cada vez más y su presencia, con muy honrosas excepciones, tiende a ser cada vez más parte de su historia que de su momento actual. Tranquiliza al respecto la convicción cristiana de que Dios es el Señor de la historia y que nada sucede sin su voluntad, de modo que Él es el principal interesado en que Su causa prevalezca, pero esto no nos exime de nuestras responsabilidades al respecto, ni en oración ni en acción hasta donde esté a nuestro alcance, sacudiendo el polvo de nuestros pies y dejando en Sus manos, por supuesto, la decisión final.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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