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La celebración de Navidad

O el milagro de la encarnación

Sin entrar en la bizantina discusión en la que muchos cristianos “puristas” se detienen y enredan hoy para descartar e incluso condenar la celebración de Navidad por parte de un cristiano argumentando, por una parte, que es una fiesta originalmente pagana transculturizada por la iglesia para darle una significación cristiana o, en segundo término, que el nacimiento de Jesucristo no pudo darse por esta época –ambos hechos demostrados como ciertos−; el punto es que al margen de estas consideraciones, Jesucristo es verdaderamente un personaje de la historia que, como tal, nació, creció, murió y resucitó en este mundo, confirmando con sus enseñanzas y sus acciones −entre las que sobresale la resurrección− ser Quien dijo ser: Dios mismo hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación.

La navidad conmemora y celebra, entonces, el nacimiento real de un niño. Pero no cualquier niño. Tanto así que en la navidad confluyen una serie de milagros que vale la pena revisar. Tal vez el más conocido y controvertido de todos ellos consiste en que la navidad involucra de entrada un acontecimiento a todas luces milagroso: una concepción y nacimiento virginal en cumplimiento de una también milagrosa profecía que lo anunció con casi 700 años de anticipación y de la cual el evangelista Mateo recoge su cumplimiento con estas palabras: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel» (que significa «Dios con nosotros»)” (Mateo 1:22-23). Pero el milagro de navidad va más allá de la concepción y nacimiento virginal y reúne en sí mismo otros milagros más sutiles e indiscutibles como los siguientes.

La célula viva

En primer lugar: el milagro de la célula viva. Lewis Thomas hacía referencia a la célula viva, cualquiera que ésta sea, con estas palabras: “La mera existencia de esa célula… debería ser una de las cosas más asombrosas de la tierra”. Y en relación con esto, el bioquímico norteamericano Michael Behe escribió el libro titulado La caja negra de Darwin para indicar, entre otros, cómo la teoría de la evolución formulada por el conocido y ya icónico naturalista inglés, no pudo tomar nunca en cuenta la asombrosa e irreductible complejidad que existe, no sólo en ciertos órganos puntuales de los seres vivos o en ciertos complejos procesos particulares asociados a la vida tal como la conocemos; sino también en la más sencilla y elemental célula viva, desde la que constituye a un mero organismo unicelular hasta cualquiera de las células especializadas de los seres vivos más complejos de la escala zoológica, con el ser humano en la cúspide.

En efecto, en la época de Darwin la célula viva era una “caja negra” inexplorada y desconocida, puesto que no se disponía de la tecnología para llevar a cabo esta exploración ni tampoco del conocimiento hoy acopiado alrededor de este tema gracias al advenimiento de la ciencia bioquímica moderna. En consecuencia, Darwin, apoyado en esta ignorancia, pudo especular que el paso de la existencia inorgánica a la orgánica no debía ser algo tan difícil, pues al fin y al cabo la célula viva sería poco más que una indiferenciada masa de protoplasma rodeada de una membrana aislante para contenerla.

Pero hoy por hoy se ha descubierto que la más sencilla célula viva es, no obstante su pequeñísimo tamaño comparativo, una estructura tan compleja como una fábrica humana de alta tecnología, con elaborados y depurados procesos de control de calidad a tal punto que, inspirada en estas realidades, la llamada “nanotecnología” ‒tecnología que se dedica al diseño y manipulación de la materia a nivel molecular y atómico con fines industriales o médicos, entre otros‒ está tratando de utilizar los modelos contenidos en las células para construir máquinas o robots de tamaño microscópico para llevar a cabo funciones tan específicas y especializadas como las que tienen lugar a diario en el interior de cualquier célula.

El óvulo fecundado

En segundo lugar encontramos el milagro del óvulo fecundado, una célula tremendamente especializada que nos recuerda el milagro de la reproducción humana y todo el drama de producir un niño sano, considerado por ello como uno de los logros más sorprendentes de la naturaleza, según las descripciones desprejuiciadas y objetivas que los especialistas nos brindan de todo lo que acontece en el periodo prenatal en el vientre de la madre desde que el óvulo sale de su fuente de origen al encuentro de los espermatozoides masculinos en el acto de la concepción.

Es por eso, entre otros, que el aborto provocado es un acto contra naturaleza, y además de ello un insulto muy ofensivo contra las parejas que a pesar de esmerarse diligente, responsable y hasta angustiosamente, no logran sin embargo concebir un hijo, mientras que personas irresponsables andan concibiendo y asesinando niños no nacidos a diestra y siniestra. Un óvulo fecundado puede, pues, considerarse un milagro, a pesar de que no sea un hecho excepcional sino cotidiano, circunstancia que puede hacernos perder de vista lo declarado por el salmista: “Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos” (Sal. 139:16).

Dios como hombre

Por último podemos señalar el milagro del Creador como criatura, o si se prefiere, el milagro de Dios como hombre, el más grande y culminante de todos los milagros que convergen en la navidad. Y es que a despecho de quienes afirman que el hecho de que Dios llegara a ser hombre en la persona de Cristo es una invención o ficción mitológica de la iglesia, producto de las leyendas y creencias paganas en la existencia de dioses y semidioses; lo cierto es que ya se establecido de manera más que satisfactoria que la teología cristiana no discurre por caminos diferentes u opuestos a la historia, sino paralelos, armónicos y complementarios a ella, siendo los hechos históricos alrededor de la persona de Jesús de Nazaret los que justifican con sobrada solvencia su pretensión de ser Dios desde el mismo momento de su concepción como hombre en el vientre de la virgen María sin dejar de serlo nunca, ni en su humillación durante su paso histórico por el mundo, ni menos en su condición humana glorificada posterior a su ascensión a la diestra del Padre para recuperar la gloria que le corresponde y que ostentaba desde siempre. Así, pues, el milagro de la navidad no consiste en que un hombre llegó a ser Dios, como sucede en los mitos y leyendas paganas; sino en que Dios decidió llegar a ser ese hombre primero: “… Cristo Jesús… siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos” (Fil. 2:5-7). Milagro que unido a los dos anteriores, renueva la esperanza de la humanidad y justifica de sobra la celebración de la navidad, no sólo en una época particular del año, ya sea el mes de diciembre o cualquier otro, sino a lo largo de todo el año en que los cristianos debemos tener presente el maravilloso milagro de la encarnación.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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