Los demonios tienen fe, según nos lo informa Santiago: “¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan” (Santiago 2:19). En efecto, los demonios saben que Jesucristo es el Hijo de Dios y así lo declaran en los evangelios: “ꟷ¿Por qué te entrometes, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quien eres tú: ¡el Santo de Dios!… Además, los espíritus malignos al verlo, se postraban ante él, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!»” (Marcos 1:24; 3:11). Sin embargo, esta, si se quiere, “profesión de fe”, nos le reportaba ningún beneficio, sino que, por el contrario, como lo dice también la epístola de Santiago enseguida, lo que hace es generarles un profundo y aterrorizante temor, pues saben bien de su irreversible condición de rebeldes hacia Él y del destino final al que esto los arroja. Y es que el conocimiento de la identidad de Cristo y el asentimiento a ella no bastan, entonces, para caracterizar una fe auténticamente salvadora. Lamentablemente, una buena proporción de personas en la actualidad son creyentes de este estilo, meramente profesantes de una fe que dice saber que Jesucristo es Dios y que se encuentran, incluso, dispuestos a declararlo si así se les requiere, pero para todo efecto práctico esto no representa ninguna diferencia para sus vidas, pues se mantienen al margen de Su señorío y se resisten de un modo u otro a confiar y a rendirse a Él en humilde arrepentimiento y confesión, para relacionarse con Él en los mejores términos y experimentar la comunión con Él, dispuestos a obedecerlo como deberíamos hacerlo y como Él lo amerita
Los demonios creen, y tiemblan
“La fe que salva implica conocimiento, asentimiento y sobre todo confianza, pues sin ésta no es más que la fe de los demonios”
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