En el ya proverbial y malintencionado señalamiento que el pensamiento secular le dirige al cristianismo en el sentido de ser un mito más entre otros muchos mitos religiosos de la antigüedad, una de las presunciones que se halla detrás de él es una visión condescendientemente paternalista de la iglesia primitiva, como si todos sus miembros fueran niños incapaces de distinguir sin ayuda la realidad de la ficción y de pensar de manera lógica y racional más allá de los mitos y del misticismo religioso. Es así como terminaron afirmando que la comunidad apostólica del primer siglo no sólo exhibía un pensamiento “precientífico” sino también “prelógico”, es decir que no sólo no pensaban de manera científica, sino que tampoco lo hacían de manera lógica y realista, algo claramente discutible, pues los apóstoles desmintieron esta presunción en sus escritos muchas veces y de muchas maneras, comenzando por Lucas, médico de profesión y, como tal, persona culta e ilustrada que, al no ser testigo directo de lo narrado, emprendió sin embargo una calificada investigación de lo acontecido de modo que su evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles estuviera ceñido a la verdad. Pablo, a su vez, exhorta a sus lectores a que: “… no hagan caso de leyendas judías ni de lo que exigen esos que rechazan la verdad” (Tito 1:14). Y Pedro, testigo directo de lo narrado concluye: “cuando les dimos a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo en todo su poder, no estábamos siguiendo sutiles cuentos supersticiosos sino dando testimonio de su grandeza, que vimos con nuestros propios ojos” (2 Pedro 1:16)
Lo vimos con nuestros propios ojos
“A diferencia de las religiones paganas, el cristianismo se basa en hechos y no en leyendas ni cuentos supersticiosos”
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