Desde la caída en pecado de nuestros primeros padres, todos los seres humanos somos propensos a la autojustificación, es decir a racionalizar nuestras faltas y pecados por medio de todo tipo de excusas, disculpas y pretextos y por encima de lo que los hechos y nuestra más profunda y esclarecida conciencia indican, con tal de no reconocer nuestra culpabilidad en el asunto, evitando así tener que arrepentirnos, confesarlos con humildad, pedir perdón por ellos y dejar de practicarlos. Autojustificación que no es más que un espejismo, un sofisma de distracción en el que Dios de ningún modo se dejará enredar, pues si bien Él es un Dios misericordioso y compasivo, antes que eso es un juez absolutamente justo que no dará por inocente al culpable, como lo señalan en muchas ocasiones las Escrituras. Algo que el rey David sabía bien y que tomó en consideración finalmente con toda la seriedad que amerita, al ser amonestado por el profeta Natán cuando intentaba utilizar su poder real para ocultar y encubrir su pecado de adulterio con Betsabé y el posterior homicidio de su esposa Urías, sin tener éxito en el intento, apelando entonces a Dios con estas muy ilustrativas palabras: “Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable” (Salmo 51:1-4)
Las sentencias de Dios
25 abril, 2021
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“Podemos estar seguros que cuando Dios señala nuestro pecado lo hace con tal justicia que nadie podrá reprocharle sus sentencias”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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