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Estudios bíblicos

Las promesas cumplidas

Las buenas y sólidas relaciones interpersonales se construyen sobre la base del compromiso y la confianza mutua. Pero las promesas incumplidas han sido siempre una de las fuentes de mayor frustración, resentimiento y deterioro de las relaciones entre los hombres, pues obran en perjuicio de la confianza que se necesita para fortalecer los lazos que nos vinculan a los unos con los otros. Es por eso que en la Biblia los votos y promesas son considerados desde el Antiguo Testamento como algo sagrado, como lo leemos, por partida doble, en la ley mosaica: “cuando un hombre haga un voto al Señor, o bajo juramento haga un compromiso, no deberá faltar a su palabra, sino que cumplirá con todo lo prometido” (Números 30:2); “»Si le haces una promesa al Señor tu Dios, no tardes en cumplirla, porque sin duda él demandará que se la cumplas; si no se la cumples, habrás cometido pecado” (Deuteronomio 23:21). Posteriormente la literatura sapiencial también lo confirma: “Cuando hagas un voto a Dios, no tardes en cumplirlo, porque a Dios no le agradan los necios. Cumple tus votos” (Eclesiastés 5:4), a lo cual el Nuevo Testamento añade que, en el caso del creyente, ni siquiera se debería requerir de un juramento que garantice su cumplimiento, sino que tendría que bastar a este efecto con la credibilidad personal que el cristiano está llamado a ostentar: “»También han oído que se dijo a sus antepasados: ‘No faltes a tu juramento, sino cumple con tus promesas al Señor’. Pero yo les digo: No juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva blanco o negro. Cuando ustedes digan ‘sí’, que sea realmente sí; y, cuando digan ‘no’, que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno” (Mateo 5:33-37).

La incapacidad para cumplir promesas está también asociada a la incapacidad en general para todo lo bueno que padece todo aquel que no se halla unido a Cristo mediante la fe, como Él mismo lo dijo: “»Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Juan 15:5), pues nadie mejor que Él puede fortalecernos para dejar atrás la impotencia o la falta de voluntad y disposición suficientes para hacer promesas serias y cumplirlas. Y si bien es cierto que la condición del creyente está acompañada de transformaciones en su carácter individual y personal que le brindan ventajas decisivas sobre el inconverso para el cumplimiento satisfactorio de la palabra empeñada, también lo es que el ser ligeros y apresurados para prometer puede también obrar en contra del cumplimiento de nuestras promesas. A causa de ello la Biblia también recomienda, en orden al cumplimiento de las promesas, ser más selectivos y reflexivos a la hora de formularlas: “Vale más no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos. No permitas que tu boca te haga pecar, ni digas luego ante el mensajero de Dios que lo hiciste sin querer. ¿Por qué ha de enojarse Dios por lo que dices, y destruir el fruto de tu trabajo? Más bien, entre tantos absurdos, pesadillas y palabrerías, muestra temor a Dios” (Eclesiastés 5:5-7). Tom Peters lo dijo de manera escueta: “Promete poco y cumple de más”. No olvidemos que la fe se basa en el hecho de que Dios es eminentemente digno de confianza porque cumple todas sus promesas, puesto que: “Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer. ¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo que dice?…” (Números 23:19-20).

Israel lo comprobó por experiencia propia: “«¡Bendito sea el Señor, que conforme a sus promesas ha dado descanso a su pueblo Israel! No ha dejado de cumplir ni una sola de las gratas promesas que hizo por medio de su siervo Moisés” (1 Reyes 8:56), y con base en esto los apóstoles declaran sucesivamente con total convicción: “Todas las promesas que ha hecho Dios son «sí» en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos «amén» para la gloria de Dios” (2 Corintios 1:20); “Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2 Pedro 1:3-4). Por todo lo anterior, el creyente puede saber a ciencia cierta a qué atenerse en su relación con Dios, pues sus actuaciones no son azarosas, inciertas ni caprichosas, sino que siempre reflejan su perfecto e inmutable carácter revelado en la Biblia y en la historia, tanto en relación con Jesucristo, Quien es Dios, de Quien se afirma: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8); como con Dios Padre: “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras” (Santiago 1:17). Y si como cristianos hemos de corresponderle imitando adecuadamente esta confiabilidad divina, -sobresaliendo en el mundo por esta razón-, debemos ser también personas confiables para Dios y para el prójimo mediante el cumplimiento sistemático de nuestras propias promesas. Así, pues: “Como tenemos estas promesas… purifiquémonos… para completar… la obra de nuestra santificación” (2 Corintios 7:1)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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